Alfonso Baella Herrera
Expreso, 11 de enero de 2017
El viernes pasado alrededor de las 23:00 horas , luego de cenar con una pareja de amigos en un restaurante en La Molina, salimos de regreso a casa. Había sido una velada con una gran conversación de por medio así que subimos todos a mi auto y nos dirigimos hacia Surco atravesando el Óvalo de La Fontana en La Molina.
Súbitamente apareció detrás una camioneta de la policía – de las nuevas – que, con todas sus luces encendidas, nos conmino a detenernos. Bajaron dos policías y me pidieron mi licencia de conducir y los papeles del auto. El que recibió los documentos se fue sospechosamente a la parte posterior y lo perdimos de vista; el otro se acercó y saco de su chaleco una especie de botella pequeña con una suerte de inhalador. Me dijo que tenía que soplar a ver si había consumido licor. Le dije, porque era cierto y evidente, que no había bebido alcohol pero insistió. Saqué mi celular y prendí la cámara y comencé a grabar el incidente: ” Mi nombre es Alfonso Baella, me han intervenido en el Ovalo de La Molina sin razón aparente y aquí el señor policía me pide que sople en un aparato que no conozco y que tampoco me deja ver”. Apunte la cámara hacia el policía y le dije: “Deme por favor su nombre y sea tan amable de explicarme de qué se trata esta intervención y repita qué desea que haga”. Sorprendidos ambos representantes del orden cambiaron de actitud y simplemente desaparecieron tan rápido como aparecieron.
Lo que describo viene ocurriendo en Lima -quizá en todo el Perú- con cada vez más frecuencia y en todos los distritos. No es otra cosa que un asalto, un abuso y el intento de “plantar” una prueba falsa para luego negociar una coima o sabe Dios qué. No puedo mostrar el vídeo sin que al hacerlo corra peligro mi vida o la de mi familia; finalmente son policías y tienen acceso a información y vivimos en el país de la extorsión. Pero sí puedo contarlo, sí debo denunciarlo y, sobre todo, sí tengo que prevenir a otros vecinos o ciudadanos para que no les ocurra esto.
Por la Policía Nacional tengo no solo el mayor de los respetos sino mi agradecimiento por su esfuerzo y por la forma como muchas veces ofrendan su vida en el cumplimiento de su deber; pero hay que separar bien a los buenos policías de los malos; a los héroes anónimos de los miserables que visten ese uniforme sagrado para cometer fechorías al amparo de la noche.
No espero que el Ministro del Interior haga algo. Con franqueza no me interesa que lea esta columna. Mi propósito al escribirla es prevenir a personas que buscan un momento de distracción y que salen a departir con amigos o con la familia por la noche. Tengan a la mano un celular con cámara y estén dispuestos a encenderlo si los interviene un patrullero. Quizá eso los salve de un mal momento o de una tragedia. Cuidémonos de los malos policías !