La muerte de Nelson Mandela no produjo grandes movilizaciones ni debates en el Perú, no obstante que, según algunas interpretaciones, la gesta del líder sudafricano es la inspiración de la Comisión de la Verdad nacional. ¿Qué pasó? Cuando Mandela fue liberado, en Sudáfrica existía una sistemática violación de los derechos humanos de la población negra (ver www.lampadia.com ), había claramente dos bandos enfrentados y una eventual guerra civil estaba a la vuelta de la esquina. La mayoría negra se enfrentaba a una minoría blanca que detentaba el poder económico, político y controlaba las fuerzas armadas más poderosas de África. ¿Cómo se evitó el desangramiento nacional?
Mandela apostó por la primera Comisión de la Verdad y Reconciliación de la historia con una fórmula simple: el perdón a cambio de la verdad. De pronto, el mundo entero contempló las audiencias públicas de la comisión y Sudáfrica se convirtió en un gigantesco confesionario y, en muchas ocasiones, victimarios y víctimas terminaban abrazándose. Los comentarios del mundo: ¡demasiado cristianismo que no calzaba con las tradiciones occidentales! El resultado fue evidente: Sudáfrica se convirtió en una potencia política y económica (uno de los Brics) mientras que, en los países africanos, donde se expulsó a las minorías blancas, se retrocedió varios siglos y se desataron sangrientas guerras tribales.
¿Qué tiene que ver la Comisión de la Verdad peruana con la experiencia sudafricana? La CVR se convirtió en un gigantesco tribunal con el lema de la izquierda: ¡Ni olvido ni perdón! Forzó el diagnóstico copiando las categorías sudafricanas: violación sistemática de derechos humanos y dos bandos enfrentados (no obstante que se trataba de una sociedad entera contra el terror). Allí donde no había surgieron diferencias y crecieron las distancias. Si bien es cierto que el autoritarismo fujimorista era una fuente de división, nunca el Perú estuvo más unido y cohesionado socialmente en su historia que contra Sendero. Ni la independencia ni la guerra con Chile convocaron semejante unidad de criollos, mestizos y andinos.
Ahora es más fácil comprender los silencios y distancias. Mandela hizo de la política una maravillosa catedral. Nos recordó que la política nació para evitar que los cementerios engorden, para construir naciones y para volver lo imposible en posible. El político es un artista que, sin pluma ni pincel, construye obras que perduran, que se vuelven clásicos y desafían a la fría academia. Algo que puede parecerse por estos lares a la epopeya de Mandela son las transiciones españolas y chilenas. En ambas experiencias, enemigos irreconciliables fueron capaces de postergar las diferencias y poner el futuro por delante. Sobre los escombros de los viejos partidos que guerrearon surgieron las derechas e izquierdas modernas de Chile y España.
En el Perú, por el contrario, la falta de un pacto ha tercermundizado de tal manera nuestra política que, en cuanto a conflicto y polarización, tenemos algo de la Sudáfrica del ‘apartheid’ previa a Mandela. Gracias a Dios que la crisis de los ochenta nos lanzó al abismo y la economía de mercado emergió como la única alternativa y gracias también a los tecnócratas que cumplieron su papel. Sin embargo, la muerte de Mandela nos recuerda la enorme importancia del político, del humanista, del intelectual, para construir una democracia, una nación o, finalmente, todo aquello que llamamos moderno.
Publicado en El Comercio, 16 de diciembre de 2013