Por: César Campos R
Expreso, 8 de agosto de 2021
Este viernes 13 de agosto, se conmemoran 500 años de un episodio histórico determinante en la vida de los pueblos americanos. Lo sintetiza maravillosamente una placa que se exhibe en la zona arqueológica de Tlatelolco, ubicada en el área norte de la ciudad de México, frente a la iglesia de Santiago.
“El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauthemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Así reza.
Da cuenta, por supuesto, de la batalla donde el conquistador español superó la resistencia del último líder nativo mexica, primo de Moctezuma quien lo precedió en el combate a los invasores. Me impresiona la construcción del concepto, de apenas 35 palabras, tan exacto y justo al usar el adverbio “heroicamente” para describir la acción de Cuauthemoc, como el adjetivo “doloroso” que califica el parto de un “pueblo mestizo” y finalmente la sentencia inequívoca de que “no fue triunfo ni derrota”.
Traigo a cuento este punto por el desgarro que me producen las letanías raciales del presidente Pedro Castillo para guarecer su elementalidad en lugares comunes reivindicativos de un falso pasado pre-hispánico hermoso, fraterno e incomparable. Y mi mayor desprecio a quienes lo aplauden como focas – una coalición de sobones, resentidos, onanistas y otras especies decadentes – alentando debates neo-indigenistas sin reparar en los estrepitosos fracasos de tales intentos durante la década del 20 y la era velasquista del siglo XX.
Castillo, con su sombrero chotano de origen español y usando el idioma castellano predominante en el Perú (que jamás negará las lenguas originarias, donde también hay imperios: el quechua y el aymara), lanzó las filíficas conocidas a la patria del rey Felipe VI en su cara pelada. No fue el “discurso potente” del Perú profundo (como un adulón huachafo lo exaltó). Apenas alcanzó los decibeles de un disparate superado hace siglos por los hechos, la historia y –similar a México– el doloroso nacimiento de nuestro mestizaje.
La dinámica social de los pueblos avasalla toda clase de integrismo ideológico, racial o cultural, a no ser aquellas comunidades no conectadas a las cuales se les reconoce los parámetros intangibles de su medio ambiente. No solo conquistas o guerras transforman la fisonomía de los colectivos humanos. También los cambios climáticos, los desastres naturales, las migraciones inopinadas. Y aunque el racismo todavía es una tara focalizada en el globo, su dimensión sucumbe con cada imbécil que es repudiado por practicarlo.
Hizo bien la hija de Luis Abanto Morales en no permitirle a Castillo y a su partido usufructuar durante la campaña electoral aquella canción anacrónica en su antihispanismo que lo singularizó por mucho tiempo: cholo soy. En efecto, cholos somos presidente Castillo; es decir, mestizos. Y usted no nos compadezca.