Mirko Lauer
La República, 13 de enero de 2016
Los pronósticos para la economía de Venezuela no podrían ser peores. Si algo no cambia, al ritmo que va el aumento de precios llegará a 800% este año, una hiperinflación en regla. Lo cual traerá el fantasma de una insolvencia del Estado, de una inminente incapacidad de cumplir con los pagos de la deuda externa, y de más protesta de la población.
Frente a todo esto Nicolás Maduro sigue viviendo como si no existiera mañana. Defiende su fracasado esquema económico con uñas y dientes. Insiste en que es víctima de una guerra económica. Promete más autoritarismo como el que está en la base de la actual crisis. Amenaza con un golpe de Estado contra la recién elegida Asamblea Nacional.
Por su parte la nueva Asamblea no tiene la menor intención de declinar de su mandato, de permitir que el tinterillaje de una Corte Suprema adicta al régimen le robe su victoria, ni de supeditarse a presiones del Ejecutivo. Ha anunciado para dentro de seis meses un referendo para revocar a Maduro, que inevitablemente será también un plebiscito sobre la economía.
En el caso de Maduro, vuelve a demostrarse que los dioses ciegan a aquellos a quienes quieren destruir. El presidente venezolano actúa como si el barril de crudo siguiera por encima de los US$100, como si todavía existiera una mayoría de partidarios del gobierno, como si sus enemigos estuvieran todos en el campo opositor.
Ni siquiera se ha dado hasta el momento Maduro el respiro de liberar a sus presos políticos. ¿Cuánto de esta tozudez se debe también a la indolencia de la mayoría de los gobiernos regionales?
Maduro ha nombrado a un nuevo ministro de Economía que a su llegada ha empezado a soltar perlas como “La inflación no existe en la vida real” o esta que parece salir de un viejo manual económico de la URSS: “No tiene mucho sentido seguir hablando de “inflación y escasez” cuando de lo que estamos hablando es de especulación, usura y acaparamiento”.
Estas son claras señales de que el gobierno no se prepara para alguna forma de ajuste económico, sino que confía en poder seguir pasando el sombrero en lugares como Beijing y Moscú. Por su parte la Asamblea tiene una batalla política que dar, no tiene los medios para imponer un ajuste. Así los tuviera, no le convendría políticamente hacerlo.
Así, antes de que la cuestión económica se empiece a resolver, tiene que arreglarse primero la cuestión política. Con Maduro perorando desde la presidencia y apostando a un aumento del deterioro, es imposible que se inicien conversaciones serias entre chavistas y opositores para una transición. Los tiempos para este tipo de salida se están acortando.