Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
La mentira es toda una filosofía de vida, es un permanente no llamar a las cosas por su nombre y ha sido por siglos una herramienta de todos los que han hecho actividad política, pero es en la izquierda donde ha alcanzado el “estado del arte”, ellos juegan con los conceptos y hasta modifican el significado de las palabras, llegando al extremo de definirlas en términos opuestos a las que se define en el diccionario. Es también un vivir y actuar en contra de las normas de conducta de una sociedad civilizada, pero recurriendo a múltiples subterfugios, eufemismos y victimización de los personajes y sus grupos organizados, llegando a imponer sus criterios y lenguaje.
Mintiendo, en política se ha captado la atención de los incautos, se ha usado para atraer seguidores ofreciendo la ilusión de “alcanzar el cielo”, a cambio se otorga el voto. Cuanto más desesperada la situación del ciudadano, más eficaz el efecto de la oferta política, aunque el oferente sepa de antemano que su propuesta es imposible de cumplir.
En la medida que la educación ciudadana se ha ido deteriorando, más caótica se ha vuelto la situación en diferentes terrenos. Por ejemplo, para nadie no es un secreto el franco deterioro de la seguridad ciudadana, ni el caos vehicular y de tránsito en nuestro país o la calamitosa condición de nuestro sistema educativo y de salud. Todos sabemos que la tala ilegal y la extracción ilegal de minerales, siembran el caos y corrompen cada vez más la conducta ciudadana, pues llegan a la explotación de menores y prostitución infantil, con un impacto tan negativo como la siembra de coca y amapola, conducente al tráfico de cocaína y opio.
Lo peor es que, con el paso de los años y ante la ausencia de principio de autoridad, estas actividades se van “normalizando”. El que reclama el imperio de la ley en áreas rurales y en muchas ciudades, es simplemente “un loco o desubicado”. Las autoridades de los distintos niveles de gobierno así se lo hacen saber al ciudadano común y, en esas condiciones, se produce una cada vez mayor “migración” del terreno de la legalidad, al sector de aquellos que imponen por la fuerza el imperio de la ilegalidad, toma de carreteras, incendio y destrucción de la propiedad privada. Hemos llegado al extremo, que la premier ha dicho que “la violencia no descalifica la protesta” o un gobernador regional diciendo que, “en el Perú los que protestan son los que gobiernan”.
Parece que Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano de comienzos del siglo XX, concentró sus estudios y su pensamiento en efectuar aportes teóricos al marxismo, desarrollando una hegemonía cultural de esta corriente de pensamiento por sobre la sociedad de consumo, lo que se ha impregnado en la cultura popular. Él desarrolló el concepto de la dominación en las sociedades modernas, no como un fenómeno económico, sino particularmente como un fenómeno subjetivo y cultural. Por eso dicen que, “si capturas la cultura, el resto vendrá por añadidura”.
A partir de esto y particularmente en el Perú, se ha desarrollado “la pedagogía del oprimido” en base a sentimientos, ya que obviamente, la sociedad debe sentirse oprimida por el capitalismo. No sustentan este mensaje en hechos, razones, información y datos concretos, sino que específicamente estimulan directamente las emociones, conscientes que se lograrán reacciones de los individuos y grupos que se desean manejar, especialmente en poblaciones poco educadas.
La campaña política para las elecciones presidenciales 2021 y estos primeros cinco meses de gobierno, así lo evidencian. Se ha traficado con el mensaje de que, no se puede resolver la falta de servicios públicos para las poblaciones más pobres del Perú, ni sacarlos de la pobreza, si no se lleva a cabo una Asamblea Constituyente que nos permita contar con una constitución completamente nueva. Además, que esa Asamblea no debe tener un origen democrático vía elecciones, sino que debe incluir mayoritariamente, cuotas de poblaciones representantes de las “minorías”, pueblos originarios y grupos de interés, convocados a la medida de la izquierda radical.
Manipulan los mensajes repitiendo como karma, desde el mensaje presidencial de 28 de julio, que en el Perú no hemos tenido un proceso de mestizaje de quinientos años. Dicen, contra la verdad y realidad verificables, que en estos quinientos años no hemos hecho del Perú un crisol de razas, niegan que, en nuestro país, “el que no tiene de inga, tiene de mandinga”. Aquí creamos una raza peruana sobre la base del indígena andino, pero con la influencia hispana, china, negra, entre otras. Veamos no más a Pedro Castillo Terrones; que no hable bien el castellano, no lo hace serrano quechua hablante y, ciertamente, no es chino ni negro. Sus nombres y apellidos son hispanos y sus pies con pedicura y manos suaves, no son los de un labriego altoandino como el que pretende mostrar, así que ¡dejen de mentir!
Debemos desenmascarar a estos mentirosos y hacer que nuestros jóvenes den un salto cualitativo.
Estas tres últimas décadas permitieron, gracias a las reglas de mercado y la constitución de 1993, reducir de manera muy importante los niveles de pobreza. Es cierto que muchas familias se valieron de la informalidad para mejorar su situación económica, también es cierto que, tanto los partidos de izquierda como los de derecha, fomentaron la asfixiante economía informal, al extremo que 78% de los trabajadores son informales.
Hace algunos años, escuché en una conferencia que cada mañana debíamos plantearnos un “objetivo grande, importante y audaz”. Y aquí y ahora, nuestro desafío lo es, pero estemos convencidos que es realizable.
Nuestros niños y jóvenes, aquellos cuyos padres apelaron a todo su ingenio y sagacidad para educarlos mejor, hoy tienen la posibilidad de hacer una merecida mejora cualitativa que los lleve a convertir los pequeños negocios familiares, en empresas medianas, que su familia adquiera reconocimiento social y que sus empresas prosperen sin límite. Aquellas familias que salieron de la pobreza a punta de trabajo esforzado y muy sacrificado, hoy quieren y tienen la oportunidad de que sus hijos y nietos sean no sólo prósperos económicamente hablando, sino que se superen y adquieran el reconocimiento de la sociedad.
Creo que debemos promover a esos pequeños empresarios, indagar por sus anhelos e identificar sus restricciones. Estoy seguro de que, entre escuelas de negocios, gremios y bancos, podríamos impulsar un mercado de capitales que los catapulte a una dimensión muy superior a la que jamás se han imaginado. Debemos pues aplicar lo que en el mundo repiten los inversionistas, que el problema no es falta de dinero, sino falta de buenos proyectos y buena gerencia y parafraseando un antiguo pensamiento presente en la planta concentradora de la mina Ishihuinca, cuyo mensaje es que: “han hecho tanto con tan poco y durante tanto tiempo, que ya están preparados para hacer todo y con casi sin nada”, es hora de avanzar.
¡Ese es el espíritu y fuerza del peruano que ama a su patria y que detesta depender de un gobierno de izquierda, que quiere que seamos súbditos mendicantes! Lampadia