Los 35 millones de estudiantes y más de millón y medio de profesores convirtieron al sindicato de educadores en una de las organizaciones más poderosas de México. Recuerdo de mis recientes viajes a México, que el sindicato se había convertido en el factor gravitante que podía definir una elección presidencial o de representantes ante el Congreso de la República. De allí,la deferencia especial de los mandatarios hacia su Secretaria General, el lugar destacado de sus dirigentes en cualquier evento oficial; el casi monopolio en la decisión de quién ingresa a trabajar y permanece en el sistema educativo, sea en condición de docente o de funcionario. Su poder además traspasaba el ámbito de la educación; en varios Estados la opinión del sindicato era determinante en la designación del Gobernador y de sus principales autoridades.
La presencia de Elba Esther Gordillo en la Secretaría General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) data de tantos años que para cientos de miles de maestros es la única que conocen en dicho cargo. Ella fue decisiva en el poder que fue adquiriendo el sindicato. Los mecanismos para sostenerse en el más alto nivel de conducción de la organización no son extraños a los que existen en el Perú: todos los docentes cotizan para el sindicato cuyos ingresos le permiten tener una inmensa cantidad de inmuebles, empresas y desarrollar actividades de diverso tipo; además, las elecciones de representantes no son por voto universal sino por representación de delegados. La última reelección de la Secretaria General se hizo en uno de los hoteles más lujosos de Cancún y cada asistente tuvo de obsequio una laptop.
El interminable poder que fue adquiriendo Elba Esther Gordillo la llevó a adoptar conductas similares a las de cualquier dictador, acostumbrado a corromper, comprar favores, movilizarse en avión propio y malversar el aporte de los profesores sin que haya quién la fiscalice. Aún cuando el malestar de varios sectores de la sociedad mexicana era muy grande, pocos se atrevían a cuestionar públicamente su actuación. Sin embargo, en los últimos años surgieron organizaciones como Mexicanos Primero, cuyo presidente ha dicho recientemente que por lo menos 22,353 personas ganan como maestros pero trabajan para el sindicato.Además, el documento “Ahora es cuando. Metas 2012-2024” de esta organización plantearecuperar la rectoría del Estado Mexicano en educación. Se trata, dicen, de “que el Ejecutivo sea exigido a activar sus atribuciones y recursos —que recibe de los ciudadanos— y acote la actuación rapaz y de bloqueo de la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), lo mismoque en algunos estados ocurre con la cúpula de la Coordinadora Nacional de Trabajadores dela Educación (CNTE), la facción disidente del mismo Sindicato”. Esta propuesta ha sido ampliamente asumida en la reforma educativa que viene delineando el gobierno del presidente Peña Nieto.
Independientemente de lo que será el desenlace de la detención de la Secretaria General del SNTE, acusada de presunto desvío de fondos para su uso personal procedentes de las recaudaciones sindicales, la ocasión es propicia para iniciar una verdadera transformación de la educación mexicana. Muchos se preguntan si México merece tener la cobertura y calidad de educación que registra siendo un país inmensamente rico y con uno de los porcentajes de inversión más altos en educación. Su sistema debería estar no solo liderando la educación latinoamericana sino compitiendo con las mejores del mundo.
La lección de la decisión adoptada por el gobierno y la justicia mexicana es también un aviso para otras organizaciones sindicales de América Latina. La insatisfacción de miles de profesores con sus dirigencias sindicales aumenta y reclaman un cambio sustancial de estructuras y procedimientos de participación en la vida sindical pero también en el aporte a las políticas de educación. Los viejos discursos que echan la culpa al Fondo Monetario Internacional o a la banca internacional de todos los males de la educación requieren ser desterrados pues cada quien construye y es responsable de su propio destino. Postergar los cambios que el sindicato necesita conlleva el riesgo de que los grupos más radicales y contra reforma terminen asumiendo su dirección. El caso peruano es un ejemplo de esa tendencia que debería ser evitada a toda costa.