El Comercio, 20 de mayo de 2021
Ayer, luego de un mitin del candidato a la presidencia por Perú Libre, Pedro Castillo, un grupo de sus simpatizantes atacó a los periodistas que cubrían el evento. Los hechos se registraron luego de que el aspirante a jefe del Estado anunciase que revelaría cuánto dinero ganan los conductores de televisión y quiénes les pagan. Según describe una de las periodistas afectadas, Stefanie Medina de Canal N, que incluso recibió patadas por parte de uno de los seguidores del político, durante los eventos que cubrían desde el estrado se insultó sistemáticamente a los medios de comunicación. Una actitud cuyo corolario –la violencia que se terminó por ejercer contra los corresponsales– no era difícil de prever.
En las imágenes difundidas por Medina en las redes sociales se registra a una turba corriendo detrás de la camioneta que transportaba a un conjunto de reporteros, diciendo: “Prensa basura, prensa vendida, ustedes tienen la culpa”. “El candidato [Castillo] empezó a hablar de los medios de comunicación y las encuestas. Es ahí cuando nuevamente nos empiezan a gritar […]. Luego se fue, la gente empezó a perseguirnos y nos trepamos a la tolva de una camioneta de Seguridad del Estado. Estábamos periodistas de distintos medios. No sabíamos qué iba a pasar si nos alcanzaban o si alguno de nosotros se caía de la tolva”, declaró la mujer de prensa a El Comercio.
El trabajo de la prensa puede ser incómodo para quienes buscan acceder al poder. Sobre todo cuando, como ocurre con el señor Castillo y su entorno, la alevosía contra el orden constitucional es tan evidente. Ante ello, los reparos y críticas de las personas sobre las que se informa son razonables y bienvenidos, pero cuando la reacción es un feroz ataque contra un grupo de personas mientras hacen su trabajo, atizada por alguien que pretende liderar el país, la situación cambia. Cuando esto ocurre no hay espacio para las medias tintas ni justificación que valga: los que atacaron a los periodistas ayer son matones y Pedro Castillo, su líder.
El discurso del candidato del lápiz es, en sí mismo, una amenaza cobarde contra la prensa. Salvo que tenga pruebas fehacientes de que existe dinero ilegal detrás de los sueldos de algunos conductores de televisión, no existe razón para amenazar con exponer cuánto dinero ganan. Las consecuencias de ese tipo de comportamientos son las que hemos descrito párrafos más arriba y cualquiera que quiera habitar Palacio de Gobierno debe tener el tino para reconocer el efecto de sus palabras. Dar el ejemplo.
Sin embargo, dudamos seriamente de que desde Perú Libre vayan a arrepentirse por lo que ocurrió ayer. Su animosidad contra los medios de comunicación –y contra muchas de las instituciones que sostienen el sistema democrático– es conocida. De hecho, el plan de gobierno que presentaron ante el Jurado Nacional de Elecciones describe al detalle medidas reprobables para acotar el trabajo de los medios de comunicación y candados para que estos operen al antojo del poder central. Ante ello, empero, solo queda que la prensa continúe trabajando con especial diligencia.
La violencia de ayer ha supuesto que organizaciones como el Instituto de Prensa y Sociedad y la Sociedad de Radio y Televisión expresen su rechazo. Convendría, además, que quienes han suscrito alianzas con Perú Libre hagan lo propio, en fin, si su papel va más allá de la obtención de cuotas de poder, tienen la responsabilidad de velar por la democracia y por ser garantes de los pactos que ellos mismos han hecho firmar al postulante al sillón de Pizarro.
Por su parte, el señor Castillo debería demostrar la valentía que exhibe en plazas y calles contra la prensa y aceptar entrevistas con medios de comunicación. Este Diario viene solicitando una desde abril sin respuesta de su parte.
Desde El Comercio, expresamos nuestra solidaridad con los colegas agredidos y ratificamos nuestro enfático apoyo por el trabajo que hacen. Asimismo, insistimos en nuestro compromiso por ejercer un periodismo veraz y vigilante. Pero jamás neutral hacia la violencia, la matonería y el autoritarismo.