Por: César Campos R.
Expreso, 2 de setiembre de 2021
“Los que pisan el umbral de la vida se juntan hoy para dar una lección a los que se acercan a la puerta del sepulcro”.
Así dio inicio Manuel González Prada al célebre discurso del Politeama, teatro de Lima donde el 29 de julio de 1888 se realizó un acto pro fondos para recuperar las provincias cautivas de Tacna y Arica, tomadas por Chile en la infausta guerra del Pacífico. Lo leyó un escolar, Miguel Urbina (González Prada no solía pronunciar sus propias palabras escritas pues tenía una voz débil y aflautada) convirtiendo ese texto en una alocución legendaria y única de la historia peruana.
La pluma flamígera de don Manuel acusaba a la generación gobernante de ese tiempo haber facilitado el triunfo chileno e invocaba a los niños redimir las faltas de sus antepasados. El núcleo del discurso fue repetido desde entonces por líderes juveniles que –como el caso de Víctor Raúl Haya de la Torre– irrumpieron en la vida política con un mensaje renovador: “los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”
Soy de quienes cree firmemente hoy en el necesario relevo generacional de todas las tendencias políticas. Más aún en esta etapa crítica que padece el conjunto de aristas de la vida pública nacional. Que hay actores del pasado cuyo empeño por la vigencia, al margen de sus aciertos o culpas, cierra oídos a la estruendosa campana de la jubilación.
El campo de la izquierda tiene ya muchos protagonistas y se enriquecerá con el activismo de Perú Libre con sus llamadas “Escuelas Políticas”, mientras el centro –la socialdemocracia o el socialcristianismo– no visibiliza con mayor énfasis a sus nuevos cuadros. En el campo de la derecha liberal, habiendo sólidos personajes que le dan brillo intelectualmente, el fraccionamiento los diluye entre brumas.
Pero en este último espacio, singularizo a un joven de poco más de 30 años que con determinación, valentía y mucho sacrificio personal (el viernes salvó la vida de un serio accidente, mientras hacía su tarea cívica), viene dando una hermosa lección de cómo defender convicciones ante lo que juzga –certeramente– el avance del castro-chavismo en el Perú: Lucas Ghersi Murillo.
Ghersi Murillo, como se sabe, encabeza una cruzada jurídica nacional de recolección de firmas para impedir se concrete el ansia oficialista de llevarnos a una Asamblea Constituyente, trampa regional latinoamericana cuyo único objetivo es perpetuar gobiernos populistas y hambreadores. Lo hace con energía, claridad y entusiasmo. Predica con un razonamiento implacable y el mejor índice de su éxito son los ataques que recibe de los parásitos oenegeros caviares.
El evangelio de este joven Lucas debe coronarse no solo cerrando el paso a la trampa castro-chavista. Tiene que trascender al escenario de la política donde le auguro un porvenir colmado de grandes realizaciones.