“Mucha gente se pregunta ahora para qué pagar tanto impuesto si lo tiran en revocatorias idiotas”, es el texto de un tuit que llegó a mi cuenta de Twitter.
Todos hemos escuchado (o pronunciado) frases similares. ¿Ha sido el proceso de revocatoria un desperdicio de nuestros impuestos?
El resultado de nuestros votos fue sorprendentemente lúcido. Si bien se trata de una cifra quizás menor al 2% del electorado la que definió el resultado, hablamos de mucha gente. Los resultados demostraron una apuesta por la institucionalidad y la estabilidad (no revocamos a la alcaldesa); una voz crítica (revocamos a sus regidores) y una sanción moral al que tira la piedra y esconde la mano (revocando, con el mayor porcentaje de votos, al hijo de Luis Castañeda). ¿Valió la pena el gasto?
No voy a opinar sobre las reglas concretas. Hasta ahora no entiendo bien cuáles son e intuyo que hay mucho que mejorar. Así que dejo eso a los expertos.
Sin embargo, considero que sí debe haber posibilidad de revocatoria. Y esta no debe limitarse a casos tan graves como corrupción o delitos de la autoridad. Y tampoco creo, como se viene sugiriendo, que deban ponerse tantos filtros como para que el proceso sea excepcionalísimo.
El argumento contra el uso de sistemas de democracia intensa como los referendos o las revocatorias ha sido que cuestan demasiado. Pero lo mismo podría decirse del airbag de
mi automóvil. Es caro. No obstante, se paga porque el beneficio de la seguridad justifica lo que cuesta.
Una democracia intensa, con calendarios electorales tupidos, puede ser agobiante y aburrida para el ciudadano, pero los países con ese tipo de calendarios tienen mayores niveles de bienestar y de desarrollo.
El país con la democracia más intensa del mundo es Suiza. De cada cinco plebiscitos nacionales que se convocan en el mundo, más de la mitad se convocan en Suiza. Los suizos votan más veces que todo el resto del mundo junto. Se quejan de que pagan un precio alto; sin embargo, reciben beneficios mucho mayores.
Diversos estudios realizados en Suiza y sus cantones (pequeñas circunscripciones territoriales con gran autonomía de gobierno) demuestran que cuanto más se vota, la percepción de bienestar es mayor y la gente siente que es más justo pagar impuestos.
Los estudios muestran que en esos cantones hay mucho mayor información sobre política entre los ciudadanos (no es de extrañar que hoy los limeños sabemos más de los problemas de Lima y sus posibles soluciones que antes de las últimas elecciones).
La democracia directa sobre el manejo presupuestario hace que cantones con mayor número de votaciones tengan 7% menos de gasto público, requieran 11% menos de impuestos y se endeuden 30% menos. No es de extrañar que la presión tributaria en
Suiza sea una de las menores entre los países desarrollados.
Alguien dirá entonces que con menos gasto e impuestos los servicios serán peores. Pero es justo lo contrario. Donde hay más democracia directa los servicios públicos son mejores. Por ejemplo, el servicio de recolección de basura es 20% más efectivo en las ciudades suizas con mayor grado de democracia directa. Y el PBI per cápita es 5% más de lo que muestra una relación entre la productividad y el número de votaciones.
El beneficio de un proceso de revocatoria no es simplemente si se va o se queda una autoridad. Ello, aunque suene paradójico, es anecdótico. Su verdadero beneficio es la creación de incentivos para la conducta de los políticos. Es hacerles sentir que no son dueños de su oficina, ni de nuestros impuestos, ni de nuestros derechos.
“El ojo del amo engorda al caballo”, dice el dicho. Cuando votamos dejamos de ser ese amo despreocupado por nuestro caballo. Cuantas más veces votemos, mejor estará nuestro distrito, nuestra ciudad y nuestro país. Y, aunque suene difícil creerlo, mejores serán nuestros políticos.
Tomado de El Comercio, 23 de marzo de 2013