Aníbal Quiroga
Perú21, 19 de abril del 2025
«Un expremier, aparecido estelarmente cuando el pobre primer ministro inicialmente nombrado no ataba ni desataba, ha revelado que él redactaba los discursos a su lideresa».
Desde el poder hay dos pulsiones vitales y humanas contrapuestas: lealtad y traición. Desde los inicios de la humanidad, la traición ha estado presente. Caín y Abel, Judas y Jesús o Bruto y Julio César en Roma.
La lealtad implica cumplir el juramento que se hace ante el líder —muchas veces de rodillas— ante la Biblia y crucifijo. El ansiado fajín ministerial, sobre todo en quienes traen una vida sin muchos merecimientos, catapulta magullados egos hacia la cúspide momentánea. Olvidan que eso tan impresionante es fugaz, y prontamente harán paso al corrillo: “ya se cayó el arbolito donde dormía el pavo real, ahora dormirá en el suelo como cualquier animal”.
La traición es consustancial al poder. La gente desarrolla altísimos niveles de ingratitud, olvidan juramentos y arrodilladas. Son amnésicos de las palmaditas con sobadita y despotrican a diestra y siniestra de lo que saben y lo que no saben, lo que se debe saber y lo que está oculto.
Un expremier, aparecido estelarmente cuando el pobre primer ministro inicialmente nombrado no ataba ni desataba, ha revelado que él redactaba los discursos a su lideresa. Un agravio comparativo. Asevera haber sido, en la sombra, el verídico, quien estaba en control de las riendas del país porque, ante quien se arrodilló, resultó poco menos que incapaz.
Cómo cambian las cosas. Cuando esa presunta incompetente lo cesa en el cargo por situaciones muy complicadas desde lo político hasta lo personal, resulta ser gatillo fácil para el agravio, un pistolero del verbo florido. Su examante es ahora una “paciente psiquiátrica”. Su examigo, quien lo sucedió en el cargo, un “fantasma”, su excolega en el gabinete un “ágrafo” y el otro a cargo de la seguridad del país, un “pirañita”.
En política estos agravios, más burdos que finos, que demuestran una discutible “agilidad mental”, solo regresan a quien los da y evidencian que el premierato estuvo en alguien de pocas luces políticas y dudosa estabilidad emocional y sin una métrica sobre su verborreica que lo lleva al estar agraviando a diestra y siniestra como su principal instrumento. Una gran lección de deslealtad.
Casi siempre nuestros líderes se rodean de enanos mentales, de adulones que le sacan la pelusita de la solapa; se sienten felices con que nadie les haga sombra. Tendrían que saber convivir con lo mejor de la clase política, buscando no solo lealtad, sino calidad personal, política y académica en quienes van a ejercer importantes cargos públicos, para que estos no caigan en manos de aventureros, tristes mediocres o “piquichones”. En el poder no se debe trabajar solo rodeados de obsecuentes. En una democracia, una sola persona no podrá sacar adelante con éxito ninguna actividad que requiere trabajo de equipo. Solo así tendremos gobiernos sólidos y estables que sepan hacer gestión pública.