Urpi Torrado
El Comercio, 10 de abril del 2025
“Si las empresas entienden que operan en un entorno social y económico, su compromiso con el país no puede limitarse a la generación de utilidades”.
“Yo soy porque nosotros somos”. Esta sencilla pero poderosa frase resume la esencia de ubuntu, una filosofía africana que pone en el centro a la comunidad y las relaciones humanas como motor del desarrollo. Ubuntu no es solo una forma de pensar, es una invitación a actuar en función del bien común, reconociendo que el progreso personal solo es posible si la comunidad también progresa. Implica empatía, cooperación y una conciencia profunda de interdependencia. No se trata de negar la individualidad, sino de entender que nuestra existencia cobra sentido en relación con los demás.
Aunque para muchos esta idea puede parecer lógica, la realidad demuestra que no siempre se actúa con esa convicción. La vida moderna, especialmente en contextos urbanos y de supervivencia como el peruano, empuja a las personas a priorizar el beneficio individual. La inmediatez, la búsqueda de resultados personales y el desgaste cotidiano hacen que la noción de comunidad se diluya.
Lo vemos en múltiples niveles. A nivel ciudadano, la falta de participación en los asuntos públicos es cada vez más evidente. Según la encuesta de Datum sobre activismo político, el 78% de los peruanos no estaría dispuesto a involucrarse de ninguna manera en política. Esta desafección refleja no solo una profunda desconfianza hacia las instituciones, sino también una renuncia al ejercicio de la responsabilidad colectiva. La política no debería verse como un espacio ajeno o corrupto, sino como el lugar donde se construyen las condiciones para una vida en común. Cuando la ciudadanía se retrae, el vacío lo ocupan intereses particulares. Esta desconexión con el bienestar colectivo también se manifiesta en acciones cotidianas, como el comportamiento en el tráfico. Cada conductor parece librar una batalla individual por avanzar unos metros, aunque eso implique bloquear cruces, poner en riesgo a los peatones o generar más caos. Es un ejemplo claro de cómo la búsqueda del beneficio inmediato de uno puede perjudicar al conjunto. Lo mismo ocurre con el uso del espacio público: puestos informales que invaden veredas, basura arrojada en la calle o construcciones ilegales, todas señales de una cultura que prioriza lo propio sobre el bien común.
En el campo empresarial ocurre algo similar. El estudio de Capitalismo Consciente muestra que el 67% de los ejecutivos considera que es responsabilidad del empresariado involucrarse directa o indirectamente en política. Sin embargo, el 65% de ellos nunca ha participado. Este desbalance revela una brecha entre el deber percibido y la acción real. Si las empresas entienden que operan en un entorno social y económico interdependiente, su compromiso con el país no puede limitarse a la generación de utilidades. Involucrarse en política no es el único camino: la participación gremial, el trabajo articulado con las comunidades de su zona de influencia y el apoyo a iniciativas de impacto social son formas igual de valiosas de contribuir al bienestar colectivo.
En el ámbito político, la falta de visión colectiva ha generado una crisis de representatividad y confianza. Los partidos políticos, en lugar de ser espacios de construcción de consensos, se han convertido muchas veces en plataformas para intereses personales o de corto plazo. Esto ha debilitado la noción de servicio público como vocación de trabajo por el bien común.
Reconstruir una cultura basada en esta filosofía requiere voluntad, pero sobre todo coherencia entre lo que decimos y hacemos. No se trata solo de grandes discursos o campañas institucionales, sino de prácticas cotidianas que refuercen la confianza, el respeto y el sentido de corresponsabilidad. El Perú necesita reencontrarse con esa idea de comunidad. El individualismo extremo ha llevado a la desconfianza, al deterioro del tejido social y a la fragmentación. Recuperar la conciencia de que somos parte de un mismo proyecto no es un ideal lejano, es una necesidad urgente. Porque, como enseña ubuntu, el bienestar individual no puede sostenerse si el colectivo está roto. Y solo cuando nos reconocemos en los otros, podemos realmente avanzar.