Miguel Palomino
La República, 18 de marzo del 2025
Recientemente, el Instituto Peruano de Economía (IPE) publicó los resultados de su flamante índice Regional de Brechas de Género (IRBG), el cual mide a nivel regional diversos aspectos (mercado laboral, salud, educación, poder y toma de decisiones, autonomía y acceso financiero) en los cuales se presume que existe una brecha entre la situación que enfrentan los hombres y las mujeres. Si bien los resultados en general no sorprenderán a quienes conocen del tema, vienen a ser un claro llamado de alerta al resto de peruanos sobre algo que resultará crucial en nuestro esfuerzo por desarrollarnos. Debemos ser conscientes de los costos tremendos, e injustos, que impone el mantener a la mitad de la población en lo que es, en la práctica, el equivalente a ser ciudadanos de segunda categoría por el mero hecho de ser mujeres.
Esta clasificación no resulta exagerada cuando uno considera la magnitud de las brechas que enfrentan las mujeres en casi todos los aspectos. Si bien hay cierta tendencia a mejorar en el tiempo, esta mejora se da a un paso glacial. Al ritmo actual, el IPE estima que tomaría más de 40 años cerrar las brechas, lo cual es absolutamente insuficiente para alcanzar objetivos mínimos de igualdad de oportunidades. Algo debemos hacer para acelerar el proceso.
Es importante notar que las regiones que ocupan los mejores lugares en cuanto a brecha de género en general también ocupan los mejores lugares en el índice de Competitividad Regional (Incore) del IPE. Esto indicaría que la competitividad, que ha demostrado ser un excelente indicador de nivel de desarrollo, se mueve de manera muy similar a las brechas de género. Esto no debería sorprendernos porque es, en gran parte, producto de que las regiones que menos obstáculos ponen al pleno desarrollo de la mitad de su población obtienen grandes ganancias por haberlo hecho. Esta lección debe ser aprendida y replicada por todo el Perú.
Moquegua, Ica, Lima metropolitana, Tacna y Arequipa ocupan los cinco primeros puestos en cuanto a menores brechas de género. Estas cinco regiones también lideran el Incore. Es especialmente interesante ver cómo factores que no aparecen para nada en el Incore, como los índices de poder y toma de decisiones y el de autonomía individual, aparecen nuevamente en los primeros puestos del IRBG en estas mismas regiones. Es decir, donde más representación de mujeres hay en lo político (alcaldesas y regidoras) y en lo económico (porcentaje de empresas manejadas por mujeres) es donde se dan las menores brechas en cuanto a mercado laboral, salud, educación y acceso financiero.
Lo realmente importante de estas cifras es que vemos que, cuando se van quitando las trabas que enfrentan las mujeres en el acceso al mercado de trabajo, a salud, a educación y acceso financiero, el resultado es que ellas van tomando su lugar en la dirección de la sociedad y van empoderándose de modo que aumentan su autonomía individual (menos embarazos adolescentes, violencia familiar, feminicidios y mortalidad materna). Esto es lo que esperaríamos en una sociedad verdaderamente desarrollada, como efectivamente podemos verlo en países donde se ha logrado reducir notablemente las brechas de género, como es el caso de los países nórdicos.
¿Cómo podemos reducir estas brechas de género? Comencemos por determinar cuáles son las principales causas de fondo de estas. Probablemente, la causa principal es que todavía predominan en muchos las ideas anticuadas asociadas al patriarcado. Así, en la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales del 2019, vemos que una mayoría de las mujeres y hombres encuestados a nivel nacional (lamentablemente, no existe información a nivel regional) pensaba que el lugar de la mujer es la casa, cuidando a los hijos y atendiendo las labores del hogar, mientras que el hombre es visto como el proveedor. Esto lleva a la mujer a ser económicamente dependiente, lo cual crea la situación propicia para que se den otras características del patriarcado, en el caso extremo, la violencia contra la mujer.
En esta visión, en el hogar típico hay un padre, una madre, algunos niños y quizás algún adulto mayor. Sin embargo, esto es contrario a lo que viene sucediendo en el Perú en las últimas décadas, como lo demostraron hace poco Miguel Jaramillo y Hugo Ñopo, reconocidos investigadores de Grade. La estructura de los hogares ha cambiado radicalmente desde principios de siglo. El número de hogares con 5 o más miembros y jefaturados por un hombre se ha reducido fuertemente y hoy representa solo una quinta parte del total de hogares. En contraste, el número de hogares jefaturados por una mujer se ha mucho más que duplicado en el mismo periodo. Si bien existen 5,5 millones de hogares con los dos padres presentes, también existen casi 3,5 millones de hogares con un solo progenitor y de estos, más de dos tercios son jefaturados por una mujer.
Ante esta realidad y viendo la situación en la que arrancamos, resulta claro que debemos hacer aquello que permita a las mujeres alcanzar todo su potencial económico. Esto pasaría, para comenzar, por buscar igualar su capacidad de generar ingresos en el mercado laboral, cosa que no se da hoy día por un cúmulo de motivos: las mujeres ganan en promedio 28% menos que los hombres, trabajan más en la informalidad, tienen más empleos temporales y se encuentran más desempleadas; solo el 62% de las mujeres terminan la secundaria, en comparación con el 70% de hombres; hay tres veces más mujeres analfabetas que hombres analfabetos. La presencia de un niño en casa reduce en 10% la posibilidad de trabajo de una mujer y la posibilidad se reduce en 5% por cada niño adicional. A todo esto, se suma la falta de referentes en posiciones de éxito, lo cual impide a muchísimas mujeres desarrollarse plenamente. Así, resulta más probable que no alcancen su independencia económica y se empiece el ciclo del patriarcado nuevamente.
Como hemos dicho antes, lo más efectivo para permitir a las mujeres trabajar en lo inmediato, sabiendo las responsabilidades que tendrán hasta que se pueda ir cambiando la situación actual, son probablemente los sistemas de cuidado de infantes, como el programa Cuna Más. Al mismo tiempo, pero a más largo plazo, se debe ir cambiando la mentalidad de la sociedad hacia una división equitativa del trabajo en el hogar. Asimismo, se debe animar a las estudiantes mujeres a superarse y a buscar ocupaciones que tradicionalmente no han considerado, usando para esto a mujeres referentes. Finalmente, hay que lograr, lo antes posible, que se ofrezca igualdad de oportunidades laborales independientemente del sexo. Ninguna sociedad que se pretenda desarrollada o próspera puede serlo si la mitad de sus ciudadanos ven recortadas severamente sus oportunidades.