Alejandro Deustua
11 de marzo de 2025
Para Lampadia
Luego del fracasado diálogo entre los presidentes Zelensky y Trump en Washington DC, en Arabia Saudita el agredido en la guerra ruso-ucraniana ha dado un incierto paso hacia la solución del conflicto aceptando un cese del fuego propuesto sólo por Estados Unidos sobre el que Rusia debe aún pronunciarse. El arreglo es un retorno a la situación ex ante implicando la restauración de la suspendida asistencia militar y de inteligencia norteamericana a Ucrania y la suscripción posterior del acuerdo bilateral sobre tierras raras ya negociado. Pero, más allá de una promesa de intercambio de prisioneros y de que Ucrania no ha logrado aún concretar garantías específicas de seguridad, parece también un avance hacia la eventual aceptación de la condición actual de los territorios ocupados por Rusia.
Ese reacomodamiento no ofrece una paz estable. Ello es especialmente sensible ahora que el riesgo de una guerra comercial abierta se ha incrementado en el marco de la decisión norteamericana de imponer aranceles ilegales a Canadá y México, a las importaciones de acero y aluminio (ya vigentes) y aranceles recíprocos a socios en general en abril próximo. Victimizado Trump por la aparente asimetría en el trato arancelario por sus interlocutores, ahora los culpables deberán pagar por el “privilegio” de acceder al mercado norteamericano si ellos “no producen en América”. Por lo pronto, Canadá y la Unión Europea ya han retaliado.
En el marco de temores a una desaceleración económica, esa decisión impulsó la caída de los mercados bursátiles, intensificó la incertidumbre y activó la memoria de las consecuencias de la ley Smoot Hawley de 1930 (TE). En ese momento, las retaliaciones consecuentes y la inestabilidad cambiaria generalizada llevaron a la Gran Depresión (una contracción de 66% de comercio mundial entre 1929 y 1934) y al extremismo político internacional. Sólo que esta vez no sería el Congreso el origen del desastre sino el presidente Trump.
Por lo demás, en su reciente mensaje al Congreso Trump ha dejado en claro su opción por la consolidación de Estados Unidos como superpotencia deponiendo su rol de líder de Occidente. En efecto, su planteamiento de una nueva “época dorada” marginó a lo que queda de la comunidad occidental central y periférica, reiteró su singular rol al margen de alianzas tradicionales y exhibió gran desapego de la compleja realidad que lo confronta.
Al anunciar que Estados Unidos ingresa a una era renacentista inédita e irrepetible en estas condiciones también ha querido dar el puntillazo final a su historia como fundador del orden de postguerra. El lema América Primero implicó efectivamente América Sola.
Esta manifestación de excepcionalidad fue agravada por su reiteración expansionista.
Así, sin recordar que Panamá ejerce soberanía sobre el Canal reiteró que lo retomaría. Al respecto no dio cuenta siquiera de que el fondo de inversión Blackrock ya había adquirido el 90% de la participación de Hutchinson Holdings (la empresa china dueña de la infraestructura portuaria en ambos extremos del Canal) eliminando el supuesto control de la vía interoceánica por la potencia asiática.
Y sin haber tomado nota de la oposición de Dinamarca y del partido triunfador en las recientes elecciones en Groenlandia a una adquisición de ese territorio por Estados Unidos, Trump reiteró el propósito apropiador. Como se sabe, Dinamarca es un miembro de la OTAN que defiende el principio de intangibilidad territorial que cubre su relación con Groenlandia cuya violación causaría una crisis adicional en la relación transatlántica. Sin embargo, así como Estados Unidos promovió la independencia de Panamá para construir el Canal, Trump sostuvo que “de alguna manera u otra” lograría su propósito (quizás apoyando a los independentistas). Al respecto no consideró siquiera que ese territorio puede ser defendido por bases militares que Dinamarca puede conceder de acuerdo a la práctica en decenas de países.
Y aunque la insistencia en el mensaje en la redefinición del Golfo de México como Golfo de América pudiera ser interpretada como un capricho restringido a la parte estadounidense de ese espacio marítimo, el hecho es que la nueva toponimia es útil para el reclamo posterior de soberanía sobre el área renombrada. Como se sabe, el Golfo de México no es sólo un espacio vital para el acceso al sureste norteamericano y su proyección continental así como para el dominio del Caribe, sino que su subsuelo marino es una inmensa fuente hidrocarburos (recurso que Trump pretende explotar en gran escala).
Con ese talante expansionista y de singularidad excepcional, Trump insistió en su mensaje en romper con el mundo. Al respecto destacó como gran logro, su disposición anti-multilateral: la separación de la OMS (inducida quizás por el Covid y el Sr. Kennedy), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (que, efectivamente, decide generalmente contra Estados Unidos) y, nuevamente, de los acuerdos de París sobre cambio climático.
Con estos antecedentes, el esfuerzo norteamericano por la paz en Ucrania también será individual mientras que el compromiso colectivo de su implementación dependerá de europeos. Lampadia