León Trahtemberg
Correo, 21 de febrero del 2025
En los últimos años, la sobreprotección parental ha tomado distintas formas. Primero fueron los padres helicóptero, atentos a cada problema de sus hijos. Luego, los padres dron, que vigilan desde la distancia con cámaras y chats. Y finalmente, los padres bulldozer, que despejan cualquier obstáculo del camino de sus hijos, evitando que enfrenten dificultades y protegiéndolos de cualquier frustración.
El problema es que los niños criados sin obstáculos se vuelven adultos incapaces de enfrentar desafíos. Un niño que nunca lidió con la frustración no aprenderá a ser resiliente. Un adolescente que no resolvió sus propios conflictos sociales no sabrá manejar relaciones en la adultez ni lidiar con el rechazo. Y un joven que creció con padres eliminando sus problemas no tendrá motivación para superarlos por sí mismo, ni desarrollará la confianza en su capacidad para hacerlo.
Los padres bulldozer creen que ayudan cuando exigen mejores notas, resuelven conflictos o evitan consecuencias, pero en realidad, crían hijos débiles e inseguros. En la vida real, enfrentar problemas es inevitable, y los jóvenes sin herramientas emocionales se paralizan ante la primera dificultad, sintiéndose indefensos o frustrados.
Los padres deberían ser faros en la tormenta: guías firmes que iluminan el camino sin recorrerlo por sus hijos. Criar no es controlar, sino preparar. Un buen padre no es quien elimina los obstáculos, sino quien enseña a sortearlos. Porque al final, la verdadera prueba de la paternidad no es cuánto protegiste a tu hijo, sino cuán listo quedó para enfrentar la vida con autonomía y fortaleza.