Ian Vásquez
El Comercio, 4 de febrero del 2025
“Si no es la ayuda externa, ¿qué, entonces, determina si un país progresa o no en el mediano y largo plazo? «
El lunes, Elon Musk anunció que el gobierno de Donald Trump estaría cerrando la agencia de ayuda externa de Estados Unidos, Usaid. Enhorabuena.
El anuncio le corresponde a Musk porque encabeza la nueva iniciativa de Trump para eliminar gastos públicos y regulaciones innecesarias o no efectivas.
Usaid “solo” gasta alrededor de US$32.000 millones al año dentro de un presupuesto federal de US$6,75 billones. Por lo tanto, la eliminación de la agencia tendrá un impacto fiscal mínimo. No obstante, siempre tiene sentido evitar el mal gasto, y el impacto mayor de esta medida será de poner el enfoque en una gran verdad: la ayuda externa destinada a promover el desarrollo económico ha sido un fracaso.
¿Qué sabemos después de más de 70 años durante los cuales se han transferido billones de dólares de países ricos a países pobres? Primero, no existe ninguna relación entre la entrega de ayuda externa y el crecimiento económico. Algunos países crecen, otros no, pero la evolución de la economía tiene que ver con otros factores, no con la ayuda externa.
Segundo, cuando se destinan fondos a países cuyas instituciones son débiles y cuyas políticas desalientan el crecimiento económico, los resultados son pobres y muchas veces se termina fortaleciendo la causa de la pobreza. En esos casos, desafortunadamente demasiado frecuentes, la ayuda externa produce deuda y corrupción, no desarrollo.
El premio Nobel y experto en desarrollo Angus Deaton de la Universidad de Princeton observa que “los grandes flujos de ayuda externa empeoran la política local y socavan las instituciones necesarias para fomentar el crecimiento a largo plazo. La ayuda también socava la democracia y la participación cívica, una pérdida directa que se suma a las pérdidas derivadas del debilitamiento del desarrollo económico”.
Tercero, no funciona la ayuda externa que se otorga a cambio de que el país recipiente adopte políticas económicas que fomenten el crecimiento. Una de las razones de que la llamada “condicionalidad” de tales transferencias no tiene credibilidad es que las agencias estatales de ayuda exterior tienen incentivos institucionales para siempre otorgar fondos. Tanto la agencias como los recipientes de sus fondos saben esto, y por lo tanto el incumplir reformas prometidas es frecuente.
El economista Paul Collier, por ejemplo, observó como funcionaban los préstamos del Banco Mundial, donde él fue un funcionario importante por muchos años: “Algunos gobiernos han optado por reformar, otros por retroceder, pero estas decisiones parecen haber sido en gran medida independientes de la relación con la ayuda externa”.
Si no es la ayuda externa, ¿qué, entonces, determina si un país progresa o no en el mediano y largo plazo? La respuesta que nos ofrece siglos de historia económica y un sinfín de estudios académicos es que las políticas, instituciones, y cultura de cada país –y no factores externos como el clima, la geografía o los subsidios estatales del exterior– son los determinantes críticos.
En particular, la libertad económica se asocia fuertemente con la prosperidad. Esa libertad, que incluye un Estado de derecho relativamente fuerte y límites al poder, produce riqueza, crecimiento y mejoras en una gama de indicadores de bienestar humano. Quienes nos interesamos en el desarrollo económico nos enfocamos en promover esos factores del progreso.
Musk y Trump hacen bien en querer abolir Usaid y así reconocer el pobre historial de la ayuda externa para el desarrollo. Se debe cerrar esa agencia y transferir el otorgamiento de la ayuda humanitaria y de emergencia al Departamento de Estado.