Richard Webb
El Comercio, 12 de enero del 2025
“El valor del metro cuadrado habría contribuido a una compensación sustancial a favor de los migrantes”.
Abundan los estudios y comentarios referidos al drama que ha sido la migración masiva del campo a las ciudades, y la situación patética de la calidad de vida en los asentamientos precarios o “barriadas” creadas en las zonas marginales de esas ciudades. Pero cuesta encontrar referencias a la situación económica de esa nueva población algunas décadas más tarde. Lo que se comenta es la gradual llegada de los servicios de agua, sanidad y luz a las nuevas urbanizaciones creadas por los migrantes, y ocasionalmente se hace referencia a las condiciones de trabajo de esa población. Lo que poco o nada se comenta es el resultado a largo plazo de esa precaria situación inicial.
¿Cuál ha sido el desenlace de esa migración –la eventual pobreza o riqueza de la nueva población urbana– integrada por personas que en su mayoría llegaron a la ciudad con poco en el bolsillo, e iniciaron sus vidas enfrentando el mayor costo de una adquisición o invasión de terrenos, y luego el reto de la construcción de una vivienda? Medio siglo más tarde, ¿siguen en desventaja por las dificultades y los costos asociados a la migración? ¿Cómo les ha ido económicamente, en comparación con la población urbana no migrante? Todo hace suponer que la economía del migrante fue perjudicada por la necesidad de crear una vivienda, mayormente con sus propias manos, además de otras desventajas como una red de apoyo reducida, una pobre educación previa a la migración, y costos para la adquisición de terrenos y la construcción de un hogar.
Sin embargo, me atrevo a postular que la comparación entre la situación económica del migrante y la del nativo urbano podría favorecer al primero debido a un factor que ha sido poco estudiado: la ganancia en el valor de su terreno y vivienda, en especial, el aumento en el valor del metro cuadrado. Por lo mismo que el migrante debió crear su propia vivienda, y que lo hizo en gran parte en terrenos “regalados” o de muy bajo valor por su ubicación en las afueras de la ciudad en esos momentos, el migrante ha sido favorecido por el enorme aumento producido en el valor de los terrenos urbanos durante las últimas seis u ocho décadas. El mercado urbano de terrenos se ha vuelto, además, extremadamente dinámico, favorecido en parte por la explosión informativa de Internet.
En todo caso, los periódicos e Internet, que hoy nos permiten contar con información detallada y actualizada, confirman la mejora sustancial que han tenido los valores inmobiliarios, registrando precios de varios miles de soles por metro cuadrado en asentamientos marginales, como los de San Juan de Lurigancho en Lima, donde la ocupación por familias de migrantes se inició en las décadas de 1970 y 1980, fenómeno que se repite en todos los distritos o barrios de la Lima actual. Así, el valor de una propiedad de tamaño común en los pueblos jóvenes –entre 100 y 200 metros cuadrados– compara favorablemente con los ahorros creados por los programas de pensión mínima.
Se deduce que el valor del metro cuadrado habría contribuido a una compensación sustancial a favor de los migrantes. Mas generalmente, los datos del valor de las propiedades no deben ser un tema limitado a las familias más pudientes. Ricos y pobres son dueños de propiedades, tanto inmobiliarias como monetarias, y la fluctuación del valor de esas propiedades afecta no solo a las familias pudientes.