Sin excepciones, el socialismo empobrece. Los pobres de África y de Hispanoamérica, incluido el Perú, necesitamos el capitalismo de nuestros días, inversión privada, mercados libres y Estados eficientes.
Pablo Bustamante Pardo
Expresidente de IPAE
Director de Lampadia
Cada vez son más claras las evidencias de la importancia del crecimiento de la economía para la prosperidad de los pueblos.
No solo tenemos los fracasos del socialismo en todas sus versiones y en todos los tiempos; también tenemos la demostración de que el capitalismo de nuestro días, con la revolución de las comunicaciones y de las redes sociales, ha superado y pulido los aspectos más sensibles de sus eventuales impactos sociales, ambientales y políticos.
Por ello, en esta ocasión, The Economist pide para África una revolución capitalista, allí donde el socialismo echó raíces con sus cantos de sirena populistas. Un mal difícil de vencer, pues cuenta con dos socios, las mayorías silenciosas y la ausencia de las clases dirigentes ilustradas.
El Perú es un ejemplo vívido de ambos fenómenos. Después de haber emprendido con gran éxito el crecimiento económico, después de haber bajado notoria y ampliamente la pobreza y la desigualdad, después de haber creado una nueva clase media emergente; con esos silencios, los de la mayorías silenciosas y de las clases dirigentes, hemos permitido que poco a poco, durante 14 años, se degrade nuestra incipiente economía de mercado, se paralicen las inversiones privadas, y que aumente la pobreza, sin poner el grito en el cielo.
Como dice Diego Cavero Belaunde, CEO del BCP, en su artículo ‘Recuperar el tiempo perdido’:
“(…) El 2025 está comenzando y tenemos que empezar a recuperar el tiempo perdido. Se requiere compromiso del sector empresarial y de sus líderes de participar más activamente tanto desde nuestro campo de acción directo con proveedores, colaboradores, clientes, familiares y amigos, como desde el apoyo e involucramiento en los gremios empresariales, los gremios regionales, los ‘think tanks’ y ‘do tanks’, las asociaciones civiles y el debate en las universidades, en especial en provincias.
Si queremos resultados diferentes, tenemos que cambiar como hacemos las cosas. Mirar para el costado no es una opción. No esperemos al 2026 para decir que pudimos haber hecho mejor. Empecemos ya”.
No nos dejemos confundir con esas afirmaciones paralizantes como ‘crecimos pero no nos desarrollamos’. Millones de peruanos son testigos de la continua reducción de la pobreza hasta aquel fatídico 2011 en que el Estado fue copado por las castas anti-crecimiento y anti-inversión privada.
Participemos en la vida nacional y apostemos por el crecimiento de la economía, la base indispensable del desarrollo
Lampadia
La revolución capitalista que África necesita
El continente más pobre del mundo debería adoptar su idea menos de moda
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The Economist
9 de enero de 2025
Traducido y glosado por Lampadia
En los próximos años, África adquirirá una importancia mayor que en cualquier otro momento de la era moderna. Se espera que en el próximo decenio su participación en la población mundial alcance el 21%, frente al 13% en 2000, el 9% en 1950 y el 11% en 1800. A medida que el resto del mundo envejezca, África se convertirá en una fuente crucial de mano de obra: más de la mitad de los jóvenes que se incorporen a la fuerza laboral mundial en 2030 serán africanos.
Se trata de una gran oportunidad para el continente más pobre, pero para que sus 54 países la aprovechen, tendrán que hacer algo excepcional: romper con su propio pasado y con la deprimente ortodoxia estatista que hoy domina a gran parte del mundo.
Los dirigentes africanos tendrán que abrazar la empresa, el crecimiento y los mercados libres.
Tendrán que desatar una revolución capitalista.
Si sigues a África desde lejos, conocerás algunos de sus problemas, como la devastadora guerra civil en Sudán, y algunos de sus puntos brillantes, como el hambre mundial de afrobeats (las reproducciones en Spotify aumentaron un 34 % en 2024). Menos fácil de entender es la impactante realidad económica documentada en nuestro informe especial de esta semana y que llamamos la “brecha africana”.
En la última década, mientras América, Europa y Asia se han visto transformadas por la tecnología y la política, África, en gran medida inadvertida, se ha quedado aún más rezagada.
El ingreso per cápita ha caído de un tercio del del resto del mundo en 2000 a un cuarto. Es posible que en 2026 la producción per cápita no sea mayor que en 2015. Dos gigantes, Nigeria y Sudáfrica, han tenido un desempeño atroz. Sólo unos pocos países, como Costa de Marfil y Ruanda, han ido a contracorriente de la tendencia.
Detrás de esas cifras se esconde un triste historial de estancamiento de la productividad. Los países africanos están viviendo una disrupción sin desarrollo. Están atravesando convulsiones sociales a medida que la gente se traslada del campo a las ciudades, pero sin que esto vaya acompañado de revoluciones agrícolas o industriales. Los servicios, donde cada vez más africanos encuentran trabajo, son menos productivos que en cualquier otra región, y apenas más productivos que en 2010. La mala infraestructura no ayuda. A pesar de todo lo que se habla de utilizar la tecnología digital y la energía limpia para avanzar a pasos agigantados, África carece del equipamiento del siglo XX necesario para prosperar en el siglo XXI. Su densidad de carreteras probablemente haya disminuido. Menos del 4% de las tierras agrícolas están irrigadas y casi la mitad de los africanos subsaharianos carecen de electricidad.
El problema tiene otra dimensión, poco apreciada: África es un desierto corporativo. En los últimos 20 años, Brasil ha creado gigantes de la tecnología financiera y estrellas del comercio electrónico en Indonesia, mientras que India ha incubado uno de los ecosistemas corporativos más vibrantes del mundo. Pero no es el caso de África: tiene menos empresas con ingresos de al menos 1,000 millones de dólares que cualquier otra región y, desde 2015, la cifra parece haber disminuido. El problema no es tanto el riesgo como los mercados fragmentados y complejos que crean todas las fronteras del continente. Para los inversores, las bolsas de valores balcanizadas de África son una cuestión de último momento. África representa el 3% del PIB mundial , pero atrae menos del 1% de su capital privado.
¿Qué deben hacer los dirigentes africanos?
Un punto de partida es deshacerse de décadas de malas ideas, que van desde imitar lo peor del capitalismo de Estado chino, cuyas deficiencias están a la vista de todos, hasta el derrotismo sobre el futuro de la industria en la era de la automatización, pasando por copiar y pegar propuestas de los tecnócratas del Banco Mundial. Los consejos sinceros de los multimillonarios estadounidenses sobre micropolíticas, desde la instalación de mosquiteros hasta el diseño de paneles solares, son bienvenidos, pero no sustituyen a la creación de las condiciones que permitirían a las empresas africanas prosperar y expandirse. Hay una peligrosa corriente de pensamiento sobre el desarrollo que sugiere que el crecimiento no puede aliviar la pobreza o que no importa en absoluto, siempre que se hagan esfuerzos por frenar las enfermedades, alimentar a los niños y mitigar los fenómenos meteorológicos extremos.
De hecho, en casi todas las circunstancias, un crecimiento más rápido es la mejor manera de reducir la pobreza y garantizar que los países tengan los recursos necesarios para hacer frente al cambio climático.
Por eso, los dirigentes africanos deberían tomarse en serio el crecimiento y adoptar el espíritu de modernización que se vio en el este de Asia en el siglo XX y hoy en la India y otros lugares.
Algunos países africanos, como Botsuana, Etiopía y Mauricio, han llegado en diferentes momentos a lo que el académico Stefan Dercon llama “pactos de desarrollo”: un pacto tácito entre las élites según el cual la política consiste en aumentar el tamaño de la economía y no sólo en una lucha por repartirse qué se queda cada uno. Se necesitan más acuerdos de ese tipo entre las élites.
Al mismo tiempo, los gobiernos deberían crear un consenso político a favor del crecimiento. La buena noticia es que los sectores poderosos están interesados en el dinamismo económico. Una nueva generación de africanos, nacida varias décadas después de la independencia, se preocupa mucho más por sus carreras que por el colonialismo.
Para reducir la brecha africana se necesitan nuevas actitudes sociales hacia las empresas, similares a las que impulsaron el crecimiento en China y la India. En lugar de fetichizar los empleos públicos o las pequeñas empresas, los africanos podrían contar con más magnates dispuestos a asumir riesgos. Los países individuales necesitan mucha más infraestructura, desde puertos hasta energía, una competencia más libre y escuelas mucho mejores.
Otra tarea esencial es integrar los mercados africanos para que las empresas puedan lograr mayores economías de escala y alcanzar un tamaño absoluto lo suficientemente grande como para atraer a los inversores globales.
Esto significa impulsar planes para crear zonas de libre comercio sin visado, integrar los mercados de capital, interconectar las redes de datos y, por último, hacer realidad el sueño de una zona de libre comercio panafricana.
Libre para hacerse rico
Las consecuencias para África de seguir como hasta ahora serían nefastas. Si la brecha en África se hace más grande, los africanos constituirán casi todos los muy pobres del mundo, incluidos los más vulnerables al cambio climático. Eso sería un desastre moral. Además, amenazaría la estabilidad del resto del mundo a través de los flujos migratorios y la volatilidad política.
Pero no hay razón para caer en la catástrofe ni para perder la esperanza. Si otros continentes pueden prosperar, África también puede. Es hora de que sus líderes descubran el sentido de la ambición y el optimismo.
África no necesita que la salven. Necesita menos paternalismo, complacencia y corrupción… y más capitalismo.
Lampadia