Alejandro Deustua
7 de octubre de 2024
Para Lampadia
Al cumplirse un año del peor ataque terrorista en la historia del Estado de Israel, el conflicto provocado salvajemente por Hamás se sigue escalando sin fin a la vista. Hoy, cuando Irán, atacando directamente a Israel, ha reiterado su raigal vínculo con Hamás y con su sanguinario hermano mayor, Hezbollah, la magnitud de la inminente respuesta de la Fuerza de Defensa de Israel (FDI) mantiene al mundo en vilo.
El apoyo de Estados Unidos a esa potencia se mide hoy menos por su capacidad de cambiar la conducta del aliado que por asegurarse de que la respuesta del FDI no genere efectos catastróficos adicionales. De otro lado, el anuncio iraní de una subsiguiente retaliación que suponga otro escalamiento parece ser contenido más por la crisis interna del régimen teocrático que por la influencia de sus aliados Rusia y China. Los vínculos de esos países con Irán son intensos pero no comparables en solidaridad estratégica con el norteamericano-israelí.
El impacto potencial de esos ataques esperados implican el más alto riesgo para la seguridad y la economía mundiales. Si se considera que entre las alternativas militares se escoge entre la destrucción o degradación de los desarrollos nucleares iraníes o de su industria petrolera es claro que una catástrofe atómica o una crisis energética de impacto recesivo e inflacionario (estanflación global) están en liza.
El rasero de sensatez en la opción por alguno de esos escenarios hoy no pasa por extinguir su peligro sino por atenuarlo y aminorar las consecuencias retaliatorias. Quizás sea aún posible entonces la consideración de blancos más convencionales (bases militares, centros de inteligencia, infraestructura logística, centrales cibernéticas de gran calado). Sin embargo, si la percibida “ventana de oportunidad” para terminar con la capacidad nuclear iraní se pierde, el incentivo persa por lograr a la brevedad el arma nuclear ya se habrá incrementado. ¿Alguien condena a los partidarios del salvaje Yahya Sinwar -quien se encontraría aún en las cavernas de Hamás en Gaza- por este desenlace?
Aunque ni Rusia ni China parecen desear una confrontación de mayor intensidad en el Medio Oriente, ambos persiguen mayor influencia y un cambio del balance de poder que les favorezca en el área.
En el ámbito militar, el aprovisionamiento de armas iraníes a Rusia (especialmente drones) ha creado un vínculo estratégico que atenúa el aislamiento ruso impulsado por Occidente. A cambio, la transferencia de tecnología rusa y la cooperación entre las respectivas fuerzas armadas se ha incrementado. Ello pone en cuestión adicional a las fuerzas de países de otras áreas que aún poseen armamento ruso operativo. Por lo demás, Rusia deberá proteger su base naval en Tartus y otros puntos en Siria en el caso de que el ataque israelí a Hezbollah en Líbano se extienda a Siria vinculando más intensamente, en el Mediterráneo, el conflicto del Medio Oriente con el que desangra a Ucrania.
Y, aunque China pudiera sustituir las importaciones de petróleo iraní (casi toda la producción persa tiene como destino a la potencia asiática), tendría que pagar por ello el mayor precio del mercado que la provisión iraní le descuenta considerablemente. El incremento del valor de esas importaciones tendería a atenuar, en alguna medida, la eficacia de las medidas de estímulo del crecimiento chino al tiempo que un eventual bloqueo de la oferta petrolera iraní tendería a un importante incremento de los precios de los hidrocarburos en momentos de bajo crecimiento global. Peor aún, si los bárbaros houtíes -apañados también por Irán- deciden incrementar el asedio del estrecho de Bab el Mandeb por donde transita el 10% del comercio mundial y 12% del flujo petrolero.
Ello impactaría económicamente a América Latina. Y también política y militarmente si se considera que Irán tiene influyente presencia activa en Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Los acuerdos de armamentos entre ellos involucran desde la compra de drones iraníes por Bolivia hasta lanchas rápidas para la marina venezolana a lo que se suma el entrenamiento militar ruso entre otros aportes de capacidades. Ninguno de esos países ha condenado los limitados ataques iraníes contra Israel en abril y principios de octubre pasados y no lo hará con el subsiguiente.
Por lo demás, la presencia de Hezbollah ha sido constatada en Venezuela atribuyéndosele actividades de afiliación con fuerzas paramilitares y guerrilleras, lavado de dinero, tráfico de armas (la triple frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina) y contactos con el crimen organizado. Aunque la referencia terrorista principal sigue afincada en 1994 en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), fuerzas de Hezbollah podrían atacar blancos israelíes en la región para expandir el conflicto.
En este marco, el gobierno del dictador Maduro adquiere una peligrosa dimensión adicional. Sus estrechos vínculos con Rusia y China (recientemente potenciados en el caso chino) tienden a fortalecerse con Irán teniendo como base el conflicto anti-occidental no sólo referido a la recepción de cooperación. La dictadura de Maduro podría ser movilizada en cierta escala beligerante superior a los escenarios de entrenamiento y de vínculos aeronáuticos rusos (las “visitas” pasadas de los aviones TU-160 de capacidad nuclear, p.e.) sino como mecanismo para mantenerse en el poder. El fortalecimiento de su relación con potencias beligerantes cambiaría sustancialmente los términos de una “solución política” al fraude cometido contra la oposición triunfadora el 28 de julio pasado. La urgencia de su salida se ha incrementado tanto su capacidad para rechazarla.
Como es evidente, la renovación del viejo conflicto del Medio Oriente está reajustando los términos de su impacto global. Lampadia