Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Hace muchos años repito que el Perú es ‘infinito’, que tenemos todos los recursos para ser un país rico. Hace tiempo que podríamos haber transformado nuestro potencial productivo en bienestar general. Esta visión incluye, por supuesto, mi apreciación por la calidad de nuestra gente, como personas trabajadoras, creativas y esencialmente sanas.
Pero como no todo puede ser bueno, tenemos una clase dirigente que, difícilmente, es digna de ser llamada así. La calidad de nuestra clase dirigente ha sido siempre motivo de duras críticas por parte de los peruanistas más destacados, como lo fueron Víctor Andrés Belaunde Diez Canseco y Jorge Basadre. La afectan dos grandes males: la búsqueda del beneficio individual y la falta de compromiso cívico.
Solo así podemos explicarnos que, una y otra vez, transformemos nuestras oportunidades en derrotas.
En diciembre de 2010, escribí en Diario 16:
¡Que buena década! – ¡Queremos otra!
Todos los peruanos mayores tenemos apreciaciones y recuerdos de lo que han sido las últimas cinco décadas, desde 1960 al 2010, el último medio siglo de la vida de nuestro país. (…) La última década está terminando en condiciones extraordinarias. A pesar de que ésta se inició con problemas muy graves, políticos, institucionales, sociales y económicos, los logros de los últimos años están marcando toda la década, y hasta los últimos veinte años, de un halo que los peruanos no conocíamos.
(…) Quiero marcar una diferencia, nuestra realidad de estancamiento de décadas, y quien sabe, nuestro son, nos han hecho vivir mirando siempre el lado vacío del vaso. Es hora de mirar el lado lleno. Esta década está terminando de marcar nuestra transición desde una sociedad cerrada, estancada, a una sociedad abierta, de crecimiento. Estamos empezando a dejar atrás las actitudes del modelo mental ganar-perder, la suma cero, y adoptando las del modelo ganar-ganar, la suma positiva. Nuestros ciudadanos están pasando del oportunismo a la confianza en sí mismos, nuestros empresarios están terminando de transitar del mercantilismo a la competencia, y nuestros políticos, hay nuestros políticos, todavía muy pocos se alejan de la demagogia, el populismo, y el cortoplacismo, y pasan a la visión de futuro y la concordancia entre palabra y obra.
Quiero enfatizar que aún estamos lejos resolver nuestros grandes problemas institucionales, sociales y económicos, pero si antes, la posibilidad de enfrentarlos y resolverlos, era una ilusión, un sueño o una promesa, hoy está en nuestras capacidades, hoy podemos dar un gran salto adelante para superarlos.
Por fin estamos aprendiendo a crear riqueza, base esencial del bienestar, estamos viendo como, con la inversión privada que se multiplica a lo largo y ancho del país, junto con la inversión pública en las regiones, que se hace posible gracias al crecimiento de la economía, se empieza a transformar nuestro perfil, y lo que es más importante, empieza a cambiar el sentimiento nacional.
(…) Este nuevo sentimiento, esta posibilidad de pararnos frente a la historia, no para reclamarle nada, sino para conquistar nuestro futuro, con inteligencia, esfuerzo, imaginación y compromiso; está hoy día en el Perú real, en las mentes de nuestros ciudadanos, especialmente en los jóvenes, y en nuestros empresarios. Miremos el lado lleno del vaso.
Sin dejar de llamar la atención sobre la agenda pendiente en educación, salud, infraestructuras, y solidez institucional, en Lampadia hemos destacado reiteradamente las evidencias de la gran recuperación del Perú, después de las décadas perdidas entre 1960 y los años 90. Ver:
Las Cifras de la Prosperidad.
¡Qué ‘calato’…, ni que ocho cuartos!
Es, pues, muy claro que el Perú ha demostrado la capacidad de superar sus problemas de manera ejemplar. En pocos años pasamos de ser ‘un Estado fallido’, a una ‘estrella internacional’.
Sin embargo, la negación de la realidad y el odio sembrado en la política peruana, nos regalaron una profunda interrupción de nuestro desarrollo, con la elección del nacionalismo dirigido por Ollanta Humala.
Peor aún, el gobierno de PPK no ha sabido marcar la diferencia con el gobierno del ‘punto de inflexión’ de Humala. Tampoco supo recoger el mandato popular de profundizar la economía de mercado y perfeccionar la democracia. El gobierno de PPK prefirió basarse en el odio al fujimorismo sembrado por Vargas Llosa para ganar las elecciones, para relacionarse con el Congreso y para salvarse de la ‘vacancia presidencial’.
Es el colmo que el ‘gobierno de lujo’ nos haya llevado a la crisis de los últimos días. Más allá de las maromas verbales de Borea; de la terquedad de Kenji Fujimori para arrancarle a PPK el indulto de Alberto Fujimori y de la torpeza política de los voceros del fujimorismo; la verdad es que el Presidente está gravemente dañado y debilitado en su capacidad de inspirar a los peruanos el esfuerzo y sentido de dirección necesarios para recuperar el tiempo perdido y enrumbarnos a continuar la senda del desarrollo.
Después de este proceso tan destructivo, PPK debiera reflexionar seriamente sobre cómo permitir que el ‘gobierno-pre-bicentenario’ llegue al puerto en mejores condiciones. Esa reflexión incluye que evalue la posibilidad de pasarle la posta al vicepresidente Vizcarra.
¿Y ahora que les decimos a los peruanos?
- El Perú ha probado que puede superar sus más difíciles problemas
- Necesitamos un gobierno programático y de convergencia política. Programático para emprender reformas importantes, y convergente, para superar el odio y la mentira, de las relaciones entre los poderes del Estado.
- ¡Si podemos hacer las cosas bien! Pero tenemos que hacerlo juntos.
Me parece que, en este momento, los ciudadanos debemos salir al frente para evitar que la mala política siga destruyendo nuestros futuros. Lampadia