Aldo Mariátegui
Perú21, 15 de agosto del 2024
“El cura Cabrejos y su pandilla zurda se han erigido definitivamente como unos enemigos abiertos de las FF.AA. y unos furgones de cola de la caviarada”.
No creo en los curas desde hace décadas, pero no me asombra que la decadencia social de la Iglesia católica se haya acelerado todavía más últimamente desde que Bergoglio y la izquierda la dominan porque ha perdido su norte existencial y tradicional, su visión estratégica respecto a su posición en la sociedad; esto al margen de que estemos de acuerdo o no con sus postulados más arcaicos: este es un tema de manejo de poder e influencia de un ente milenario, que cada vez se vuelve más desconectado y alienado de sus seguidores.
Si dos instituciones han mantenido una cercanía estrecha —casi una alianza— durante toda la historia peruana, esas han sido la Iglesia católica y las FF.AA. (no por gusto Basadre llamaba “el partido político más antiguo del Perú a estas últimas). Ambas jugaron en pared desde que nació la república como anclas mínimas de estabilidad e identidad en un país sin instituciones y siempre invertebrado. Cipriani fue el último religioso en entender bien eso. Pues bien, desde ayer esa relación tan estrecha se ha roto definitivamente, dado que la Conferencia Episcopal le ha declarado metafóricamente la guerra a las FF.AA. al rechazar la ley que delimita desde cuándo se aplica la lesa humanidad e instar a que continúe la cacería de la izquierda radical y la caviarada y sus ONG contra sus uniformados veteranos.
El cura Cabrejos y su pandilla zurda se han erigido definitivamente como unos enemigos abiertos de las FF.AA. y unos furgones de cola de la caviarada. Lo que más me sorprende es que el Obispado Castrense se haya prestado a apoyar a esta declaración en lugar de defender a su grey militar. Romper así una alianza de siglos es sencillamente estúpido y miope, pero estos mediocres curitas ideologizados ni cuenta se habrán dado del error cometido. Y tal vez los uniformados tampoco se han percatado hoy de la puñalada que sus socios históricos les han clavado por la espalda. A veces los sismos históricos no se sienten en el momento, pero dejan zanjas eternas.