Germán Serkovic González
Para Lampadia
La semana pasada el congresista Alejandro Muñante de las filas del partido Renovación Popular debía participar de un evento en la Universidad de San Marcos sobre el tema de la influencia del globalismo en los derechos humanos. Nunca pudo hacerlo. Un grupo de exaltados de las canteras de la izquierda radical, con gritos y forcejeos, se lo impidieron. Con arengas tales como “San Marcos es del pueblo, no de los corruptos” más algunos empujones, se frustró el evento.
Hay varias reflexiones sobre tan lamentable situación. La más evidente es que una universidad, con mayor razón una tan antigua y con tanto prestigio como la mencionada, es el templo del conocimiento -de lo universal, de ahí su nombre- por tanto la intolerancia no puede ser admitida y es de esperar que los alumnos participantes de este despropósito reciban la más vigorosa llamada de atención, por lo menos. Téngase en cuenta que se trata de una universidad pública y, en consecuencia, que recibe recursos que se originan en los impuestos. Los ciudadanos y la sociedad en general, no pueden admitir la intolerancia o la violencia y menos subvencionarla. Hay que erradicarlas.
En realidad, éstas y otras actuaciones de nuestra izquierda sólo nos muestran su doble cara, la del discurso supuestamente tolerante y la de la intransigencia con quien no comulga con sus ideas. La hipocresía en su versión más pura, esto es, el fingimiento de posiciones que en la realidad no se tienen o practican. Son los amantes de la diversidad, que odian el criterio diverso.
La intolerancia, por lo general, parte del convencimiento de que las creencias propias son las verdaderamente aceptables, el pensamiento único, y cualquier disidencia o planteamiento contrario no merece ni siquiera ser escuchado y menos propalado. Hay que acallarlo, sin que sea de interés el método necesario para conseguir su anulación. En este supuesto, el fin justifica los medios. Existe una estrecha vinculación entre la creencia de la natural preeminencia del pensamiento único con una supuesta superioridad moral de quienes sostienen estas teorías. Es una forma de encontrar argumentos para la propia intolerancia. Si mi creencia es moralmente razonable -sostienen los intolerantes- cualquier otro pensamiento es indefendible y quienes lo pretenden hacer, no deben tener cabida alguna. Las izquierdas internacionales son particularmente intolerantes con los políticos liberales, dado que ellos les discuten con argumentos en temas en donde los primeros ya pretendían reinar sin oposición. Así, opiniones discrepantes respecto del aborto, la identidad de género o el feminismo, tienen muy mala prensa, pero para pavor de la progresía, vienen extendiéndose.
El otro fundamento para la intolerancia, y el más difundido, es sencillamente la falta de argumentos para confrontar opiniones con el oponente. La orfandad de argumentos se suple con la intimidación y la violencia, pero la fuerza es mal vista, hay que cubrirla de cierto manto de corrección política, de ahí el lema “San Marcos es del pueblo y no de los corruptos”, entonces obrar en nombre del “pueblo” opera para estos desatinados, como justificante. Viene a la mente el golpe de puño que le propinó a un congresista un jovencito sólo porque le era antipático o el puntapié indescriptible e injustificable que recibió de un activista socialista el octogenario Alva Castro cuando pretendía visitar a un líder de su partido bajo persecución. Hechos como los señalados, si se permiten y son benévolamente tratados por las autoridades, muestran el deterioro de una sociedad.
Volviendo al lamentable episodio que da origen al presente artículo, hay que decir que es intrascendente la orientación política del expositor, oponerse a su participación es un hecho que reviste la mayor gravedad y por eso llama la atención que no haya concitado interés en los medios y en la intelectualidad, salvo por algunas líneas en los diarios…pero es que el congresista Muñante no es de izquierda.
Si uno no está interesado en un conversatorio, pues no asiste. Si al contrario, el tema a tratar suscita opiniones diversas y no se está de acuerdo con el ponente, pues se discute en la primera oportunidad, con la altura correspondiente, pero impedir una participación es un atentado a los más elementales derechos y es propio, dicho claramente, de energúmenos. Lampadia