Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
En el Perú la apropiación privada de lo público, de lo que es común y no tiene (o no debería ) tener dueño es más común de lo que debiera ser y de lo que es en otras sociedades.
- Cuando cerramos la calle para una pichanga de futbol, nos estamos apropiando de un bien público (una calle) para beneficio privado de unos cuantos peloteros.
- Al bloquear una pista para protestar por el interés privado de un sindicato, un frente de defensa o las víctimas de un abuso policial, nos estamos apropiando de un espacio común para un interés que, aunque legítimo, es privado.
- Cuando un propietario extiende su terreno al área ribereña o sobre el área de retiro municipal, estamos también ante un caso de apropiación privada de lo público.
- Si dejamos abandonado nuestro carro viejo e inservible en una calle, privando del uso público de ese espacio a otros, también nos estamos apropiando de lo que es de todos, para beneficio propio.
- A causa de la estupidez municipal de no cobrar por los parqueos y de no propender su uso eficiente y racional, muchos estacionan sus automóviles en la calle, todo el día privando a otros de un uso más eficiente de este espacio común. Otro ejemplo de la apropiación privada de lo público.
- Al instalar mi lavadero de autos, mi taller de soldadura de tubos de escape vehicular o mi puesto de venta de comida en una calle, una plaza o una vereda, también me estoy apropiando de lo público, para mi negocio propio.
- Cuando las municipalidades o entidades estatales destinan coliseos, canchas, parques o calles para la instalación de mercadillos, ferias o caramancheles, estamos sacando del uso público espacios destinados a deportistas, niños o transeúntes para ponerlos al servicio de unos cuantos artesanos, comerciantes o empresarios.
- Cuando nuestra mascota ensucia el jardín del barrio y no recogemos sus excretas porque creemos que el parque es de todos, también estamos haciendo un mal uso privado de lo que es común.
Podemos seguir poniendo ejemplos. Lo que importa es que esta apropiación privada de lo que no es privado sino común, está muy presente en la sociedad peruana.
Podríamos decir que los peruanos, aunque sabemos el límite entre lo público y lo privado, toleramos el uso privado de lo público. Mas aún, algunos creen que tienen derecho a esos bienes públicos porque son «de todos», como si esto nos diera derecho a tener una porción, un pedazo de lo que «es de todos».
Esta mala costumbre, idea o concepto de nuestra sociedad explica muchos de nuestros problemas urbanos y vecinales cotidianos. Explica también el caos del paisaje urbano de nuestras ciudades, esa informalidad que perfila grotescamente a lo peruano.
Sin embargo, no nos habíamos puesto a pensar, por lo menos yo, que este mal hábito puede ser también la raíz, el germen, la justificación «subconsciente» de la apropiación de los recursos públicos por parte de presidentes, congresistas, gobernadores, alcaldes o burócratas, quienes, al creer como muchos, que pueden tener su porción de lo público, se apropian también del presupuesto, del dinero, de los vehículos, del cemento de las obras o de los sueldos de sus colaboradores.
Algunos podrán creer que esta es una reflexión desvelada. Otros, desde su ideologizada percepción de la realidad y su afán de sostener relatos, seguramente afirmen, como siempre lo hacen, que todo es culpa del «modelo neoliberal».
Felizmente, habrá quienes también comiencen a entender que la solución de nuestros problemas pasa por pensar en lo que sucede en nuestras mentes, en nuestros malos hábitos y en la tolerancia ciudadana, generalizada, frente a estas malas costumbres que justifican que unos tomen lo que es de todos. Lampadia