Jorge Morelli
Expreso, 23 de febrero del 2024
Este sábado 24 de febrero se conmemora un año que nos dejó Jorge Morelli
4 de mayo de 2022
La quimio comenzó a las 3:30 p. m de ayer y son ahora 3:30 de la mañana.
En estas doce horas no he tenido ningún malestar mayor.
He estado escribiendo.
Mañana sabremos mas.
Te envío algo personal que escribí:
Mi padre fue un diplomático peruano que venía de servir en Roma, donde mis padres se casaron en la iglesia de San Andrea del Quirinale en ceremonia oficiada por el padre Juan Landázuri quien luego seria cardenal del Perú.
Me concibieron mis padres en Roma un día del verano de 1949. Antes de partir, mi madre fue a pedirle al Papa Pío XII una bendición para su hijo. Hablaron de la virgen de Lourdes.
Soy un narrador de historias. Funjo de periodista, de columnista, de profesor, de estratega político. Pero esos no son sino disfraces.
¿En qué consiste ser un narrador de historias? En descubrirle un significado a lo que no lo tiene.
A la historia, a la política, a la propia vida.
Mi narrativa personal es que he tenido una misión.
En vuelo de Londres a Nueva York, en febrero de 1950, Jorge y Maria Luisa, mis padres, salvaron la vida contra toda probabilidad.
La puerta del avión se abrió de pronto y una persona fue arrojada al vacío. Era el purser que se había reclinado en el respaldo del asiento de mis padres a conversar amablemente. Mi madre en el asiento contiguo a la puerta, del lado del pasillo, me llevaba consigo con siete meses de embarazo cuando la succión de la puerta abierta arrancó el respaldar de ambos asientos.
Jorge tomó a Lucha y se lanzó con ella al suelo del pasillo del avión, donde asiendo la base del asiento más próximo, uno por uno, fue empujando a mi madre hacia adelante en medio del pánico de los pasajeros y el caos de objetos disparados en el viento. El avión, un cuatrimotor de Pan American de cabina redonda, descendió tan pronto pudo a una altura que permitiera respirar, pero mi madre ya se hallaba inconsciente. Varias horas transcurrieron aún antes de alcanzar el aeropuerto de Nueva York. Una doctora alemana dio a mi madre los primeros auxilios en vuelo, y no se pudo hacer más.
En Nueva York, Lorenzo Morelli, médico y hermano de mi padre, los esperaba con una ambulancia que llevó a mi madre al hospital donde le salvaron la vida. Era el 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes. Mi amorosa hermana lleva su nombre.
No sé si tengo una misión, si la he cumplido o lo haré algún día. Eso no me toca a mí decirlo.
Pero descubrir e inventar –esas dos palabras son la misma en latín antiguo– permite atribuirle un sentido a la historia de un pueblo, a la política de que me ocupo y a las columnas que escribo.
Le tocó en suerte a nuestra generación enfrentar al terror y a la miseria para dejar un lugar donde vivir y crecer en paz. No ha sido así aun. Todavía estamos aquí, sin embargo, para acompañar a los hijos en esta batalla por los nuestros y los suyos que son la misión de todos nosotros.
Yo no escogí este papel. No he elegido mi vida, a mi me ha ocurrido mi vida. Desde siempre me puso en situaciones límite, ante las que se debía hacer algo. Tratar de estar a la altura me llevó a narrar historias para inventarle o descubrirle un sentido a lo que no lo tiene por sí mismo.
Ese era el oficio de Homero.