Jaime de Althaus
Para Lampadia
El martes pasado celebramos los 31 años de la captura, sin una sola bala, de Abimael Guzmán, gracias a la inteligencia policial de la Dincote y el GEIN. Hemos sostenido que el intento de Alberto Fujimori de perpetuarse en el poder mediante el control de las instituciones y el soborno a la prensa, y la manera como cayó su gobierno en medio del escándalo de los vladivideos, no le permitieron al país capitalizar las virtudes de la estrategia antisubversiva que finalmente derrotó a Sendero, compuesta, entre otros elementos, por una dirección política -presidencial- de la estrategia en el campo, alianza con las comunidades -en lugar de arrasarlas- para armarlas y derrotar y expulsar a los senderistas, e inteligencia policial para capturar a las cúpulas.
Para un país de escasas realizaciones colectivas, haber sido capaces de llevar adelante una estrategia inteligente, exitosa y que de paso saldaba la distancia entre el Estado criollo y el mundo andino, debería ser motivo de orgullo nacional y de aprendizaje y cultivo de aquello que funcionó. Pero nada de eso ocurrió entre otras cosas porque la propia Comisión de la Verdad y Reconciliación no fue capaz de poner de relieve las excelencias de la estrategia debido a que la condujo Fujimori.
Incluso se ha llegado a sostener que la derrota de Sendero no se debió a la estrategia conducida por el entonces presidente, sino a la labor silenciosa y oculta de la Dincote y el GEIN, de la cual Fujimori no estaba enterado. Como recuerda José Luis Gil, Fujimori visitó cuando menos en una ocasión las instalaciones del GEIN y el ministro de Economía, Carlos Boloña -según me reveló él mismo y me lo confirmaron Ketín Vidal y Marco Miyashiro-, le dio un presupuesto adicional de un millón de soles de la época para equipamiento y logística.
En realidad, el GEIN se había creado al final del gobierno de Alan García, el 5 de marzo de 1990 como recuerda Gil. Y su primera operación exitosa se realizó el 1 de junio con la captura de importantes mandos. Pero trabajaba con muy pocos medios y de manera artesanal. En ese sentido, el apoyo económico durante el gobierno de Fujimori fue decisivo.
Por lo demás, la estrategia campesina empujó a los mandos senderistas a las ciudades y a Lima, donde cayeron atrapados en las redes de la policía gracias también a leyes de delación u otros mecanismos.
Pero el que no hayamos podido elaborar ni consolidar el aprendizaje derivado de una estrategia antisubversiva exitosa que no capitalizamos, o acaso intereses creados, nos han llevado a que en el VRAEM sigamos dando palos de ciego 30 años después de capturado Abimael Guzmán.
Allí hay cerca de 60 bases antisubversivas para combatir sin resultado definitorio a alrededor de 120 o algo más terroristas armados. Es decir, una base por cada dos o tres senderistas. Algo absurdo, que nos cuesta mucha plata sin rendimientos claros.
Cuando se ha obtenido resultados en términos de capturas o abatimientos, ha sido cuando se formaron equipos de inteligencia que ubicaron a mandos de los Quispe Palomino y los emboscaron o les tendieron una trampa. De eso se trata. De encargarle el tema a la inteligencia policial y se conformen equipos de comandos policiales y militares que den los golpes, con apoyo logístico de las Fuerzas Armadas si es necesario.
De otra parte, debería evaluarse la necesidad de tener tantas bases militares, y reconvertir algunas de ellas en bases antidrogas colmo ha sugerido Rubén Vargas. Estos cambios serán mucho más efectivos en resultados si los hacemos coincidir con el reinicio, después de 23 años, de la interdicción aérea. Con menos demanda de droga en la zona, será más fácil operar y desarticular tanto a los narcos como a las huestes que los Quispe Palomino.
Lampadia