Por: Iván Alonso
El Comercio, 5 de Mayo del 2023
“Todo hace pensar que el aumento de la pobreza es temporal”.
Después de varios años, el Banco Mundial ha publicado un nuevo informe sobre la pobreza en el Perú. La revelación más impactante –que en el 2021 el 70% de los peruanos éramos pobres o “vulnerables”– puso inmediatamente en marcha a la maquinaria de tergiversación instalada en el ala izquierda del edificio, según la cual quedaría demostrado el fracaso del modelo económico. Una lectura detallada muestra, sin embargo, que en el 2004 la suma de pobres y vulnerables llegaba al 86% de la población; o sea, que ha habido una reducción de 16 puntos porcentuales, que no es ningún fracaso, considerando, sobre todo, que esa reducción se descompone en un aumento de 13 puntos en la vulnerabilidad y una reducción de 29 puntos en la pobreza (medida con la línea internacional de pobreza, que es más alta que la local).
Sobre la vulnerabilidad cabe, además, decir dos cosas. Primero, que es preferible ser vulnerable que ser pobre. Preguntémosle, si no, a los unos y los otros. Segundo, que, como medida del riesgo de caer en la pobreza, está sobreestimada. Solamente el 27% de los vulnerables cayó en la pobreza en el año de la pandemia; solamente el 14% seguía siendo pobre un año después. Estamos comparando, en ambos casos, el aumento en el índice de pobreza con respecto al 2019 con el índice de vulnerabilidad del 2019.
El informe contiene otros datos significativos sobre la mejora en las condiciones de vida. Hablando específicamente de los pobres, el acceso a redes de agua, saneamiento y electricidad aumentó del 59% en el 2013 al 68% en el 2021; el acceso a Internet, del 7% al 42%. El porcentaje con vehículo propio subió del 9% al 13% en el mismo lapso; el porcentaje que asistió a un centro de salud cuando necesitó atención, del 73% al 90%; el porcentaje afiliado a algún sistema de pensiones, del 18% al 26%.
El informe refuta la idea de que el COVID-19 causó más muertes entre los pobres que entre los ricos. Los principales predictores de la mortalidad fueron la edad y la geografía. En la mayoría de regiones, las tasas de mortalidad entre los mayores de 65 años fueron similares para el primero y el último quintil de la distribución del ingreso.
No obstante, la pandemia reveló, a ojos del Banco Mundial, la fragilidad de las mejoras. Estos ojos no lo ven así. El informe no habla de un retroceso en los indicadores de calidad de vida; se concentra, más bien, en el aumento de la pobreza y de la informalidad. Esos aumentos se explican por la interrupción de las actividades económicas como consecuencia de las medidas dictadas por el gobierno, justificadamente o no, para frenar la pandemia. Todo hace pensar que el aumento de la pobreza es temporal. En la sierra rural ha retomado ya su tendencia decreciente; en la selva rural también.
El informe termina con una serie de recomendaciones, algunas más valiosas que otras, naturalmente. Destacamos una: flexibilizar la legislación laboral, por la preponderancia que el propio Banco Mundial le atribuye al crecimiento de los ingresos del trabajo en la reducción de la pobreza.