Alejandro Deustua
10 de abril de 2023
Para Lampadia
Mientras la Unión Europea prepara una nueva ley que regule el desarrollo y uso de la inteligencia artificial, Italia ha suspendido el uso de la aplicación ChatGPT porque ésta no respeta la protección de datos de los consumidores que “recoge” masivamente. Otros países europeos estudian la posibilidad de seguir el paso de las autoridades italianas.
Y, al tanto de los riesgos de la rápida evolución de la inteligencia artificial, más de un millar de expertos (de Berkely, Harvard, Oxford, Cambridge, etc.), altos ejecutivos de empresas tecnológicas (Tesla, Google, etc.) y analistas especializados norteamericanos y europeos han solicitado a los creadores de ese tipo de este tipo de artificio la suspensión de mayores avances en el sector por al menos seis meses.
Temerosos de que la sociedad no esté preparada para asimilar una tecnología que compita con seres humanos, sobrepase sus capacidades, sustituya masivamente empleos, vulnere incrementalmente identidades, elimine privacidades, genere mayor desinformación y, en fin, que “arriesgue la pérdida de control de nuestra civilización”, los expertos reclaman protocolos de seguridad y otras garantías antes de proseguir con la innovación arrasadora.
Esa preocupación no es unánime entre los empresarios del ramo (Gates) o los desarrolladores del sector que consideran que una suspensión del negocio no inhibe el desafío tecnológico y que, en todo caso, éste irá creando sus propias seguridades.
Este necesario y crucial debate sobre instrumentos capaces de suplantar la creatividad humana, establecer nuevas formas de producción económica y generar renovados mecanismos de convivencia social se produce hoy sólo entre los actores dominantes del sector.
Si éstos pudieran controlar el mercado y normarlo estaríamos frente el advenimiento de nuevas formas de oligopolio de inmensa capacidad de acumulación asimétrica y excluyente. Y potencialmente también frente a una nueva oligarquía sin otra base de legitimidad que la de los productores menores y los usuarios privilegiados (los que puedan adquirir los nuevos productos y sepan utilizarlos).
Ese peligro ha sido advertido por líderes de opinión tan sistémicos como Martin Wolf, el principal editorialista económico del Financial Times, quien ha señalado, a propósito de la crisis financiera de 2008 y sus secuencias, los serios problemas del capitalismo y la democracia contemporáneos creados por la acumulación asimétrica extrema y por la pérdida de legitimidad de las instituciones. En lugar de generar bienestar colectivo suficiente, los gobiernos y élites que forman parte de ese entorno generan inestabilidad económica y emergencia antidemocrática (La Crisis del Capitalismo Democrático).
A diferencia de la revolución industrial que logró expandir la producción y el consumo generando bienestar expresado en clases medias crecientes, la era actual (la de la crisis financiera a la que añadimos la de la “nueva” inteligencia artificial contemporánea como diferente de la inicial revolución digital), no se caracteriza por el cumplimiento de esos roles. Es decir, erosiona la generación de bienestar y de oportunidades a contrapelo de las expectativas generales mientras emergen gobiernos cada vez menos representativos.
De otro lado, si el incremento de la productividad que genera bienestar es una consecuencia de la innovación tecnológica, Krugman afirma que esa correlación no es fuerte en el corto plazo. En efecto, en Estados Unidos el boom de inteligencia artificial de la década de los 90 del siglo pasado parece haber generado menor bienestar que el largo proceso de electrificación que llegó a su pico en los años 20 de ese siglo. Krugman explica el hecho recordando que las ganancias de productividad de una revolución tecnológica toman tiempo en madurar mientras la sociedad la incorpora y se adapta a ella.
Si el economista tiene razón, el lapso de adaptación referido podría emplearse para generar garantías de seguridad tecnológica y atenuar los efectos dañinos de la nueva era tecnológica (la de la “realidad virtual”).
En el proceso, autoridades de países como el Perú cuyas economías son vulnerables y tomadoras de precios y sus mercados tecnológicos son esencialmente receptores menguados de estos desarrollos, deberían prepararse para intervenir en el debate. Su propósito debiera ser la generación de sus propias leyes de orientación y cautela del ingreso a la “nueva era” en cuya organización no participa. Ese debate debería plantearse también en el ámbito multilateral. [Lamentablemente, esto nos encuentra con un Estado que ha alejado de la función pública a los ciudadanos más preparados].
De lo contrario, de poco serviría la pausa propuesta en las sociedades desarrolladas para atenuar los riesgos sociales y económicos de la adaptación a la nueva tecnología que se importaría sin prevenciones de ninguna especie.
Pero aún si se adoptasen estos resguardos y mientras se espera, en el largo plazo, las ganancias de productividad de esa tecnología, las sociedades meramente consumidoras de esos desarrollos, como la nuestra, deberán prepararse para nuevas formas de inserción externa generadas por la nueva tecnología. En tanto la nueva integración tendrá un fuerte índice de dependencia, ésta debe ser prevenida o compensada mediante un intenso desarrollo nacional. Lampadia