Jaime de Althaus
Para Lampadia
El lugar de la memoria debe ser reabierto apenas se subsanen las falencias de seguridad que pueden haber sido, o no, un pretexto para cerrarlo. Porque no cabe en una democracia cerrar una exposición de ningún tipo, por más que haya, como en este caso, críticas al enfoque de los hechos ocurridos durante la violencia terrorista.
No se corrige una visión parcial o sesgada eliminándola, sino mostrando sus falencias. Lo que cabe es discutir ese enfoque con el objetivo de ajustarlo a la verdad de lo que ocurrió.
Para comenzar, en la narrativa del LUM hay un cierto sesgo a presentar lo ocurrido como un conflicto entre dos partes, Sendero Luminoso (y el MRTA) y las Fuerzas del Orden (o el Estado Peruano). En alguna medida el relato pone a ambas partes implícitamente al mismo nivel, como si tuvieran la misma legitimidad o el mismo nivel ontológico. La verdad, sin embargo, es que Sendero Luminoso atacó a la sociedad y al Estado de manera criminal, guiado por la locura ideológica marxista de la lucha armada para tomar el poder e instaurar el “paraíso” comunista.
La exposición no pone el énfasis suficiente en que la causa de la violencia política no fue la pobreza prevaleciente en Ayacucho, sino una ideología -la ideología marxista-leninista-maoísta-pensamiento Gonzalo- que predicaba la lucha armada para conquistar el poder e implantar la dictadura del proletariado (del partido en realidad). Una ideología mortal, en suma. La “cuota de sangre” era el combustible de la revolución.
Tampoco queda claro cómo en esos años toda la izquierda marxista creía exactamente lo mismo, solo que consideraba que no era el momento porque aún no estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución armada, y por eso tuvo una posición ambigua frente a Sendero Luminoso, lo que produjo el efecto de demorar la gestación de una estrategia inteligente, eficaz y menos cruenta que fue la que se aplicó recién a partir de 1990.
En efecto, la muerte de los 8 periodistas en Uchuraccay a fines de 1982 fue consecuencia de un trágico malentendido de unas comunidades que, hostigadas y expoliadas por Sendero, decidieron organizarse para enfrentarlo.
Confundieron a los periodistas con una columna senderista. En ese momento ya estaba en gestación una estrategia de alianza entre los militares y las comunidades para derrotar a los terroristas. Esa estrategia abortó luego de Uchuraccay porque los grupos de izquierda denunciaron la acción de paramilitares detrás de las muertes de Uchuraccay, satanizaron a las fuerzas armadas y las inhibieron de armar y apoyar a las comunidades como ocurrió recién ocho años más tarde.
La exposición sí muestra que no hubo estrategia eficaz hasta el 89 y menos conducción política. Y es verdad: en ausencia de una estrategia inteligente, la violencia asesina sin rostro del senderismo desató una espiral de respuestas militares ciegas que en ocasiones llegó al extremo del arrasamiento de poblaciones sospechosas. Y es verdad que la nueva estrategia fue recién concebida por las fuerzas armadas, efectivamente, el 89, aunque no se reconoce que antes había sido esbozada por la sociedad civil en mesas redondas organizadas por el diario Expreso y en otros foros.
Pero lo que se soslaya es el hecho de que quien aplicó dicha estrategia, mejorándola incluso, fue Alberto Fujimori. Condujo personalmente la alianza con las comunidades para darles armas y apoyo social. Y se le dio recursos a la Dincote para ubicar a la cúpula y a Abimael Guzmán. Hizo lo que no habían hecho los presidentes anteriores: asumió en el terreno el liderazgo civil y político de una lucha basada no en el exterminio sino en la alianza social y la investigación policial.
Ese es el déficit principal del LUM: no ayuda al país capitalizar para el orgullo nacional y para las políticas públicas una estrategia inteligente que permitió lograr un resultado que parecía imposible y que ningún país de la región con movimientos subversivos menos crueles había logrado. No ayuda a extraer de ella las lecciones y enseñanzas que entraña.
El hecho es que el Perú no ha podido capitalizar dicha estrategia porque quien la aplicó fue Fujimori. La manera lamentable como pretendió perpetuarse en el poder y controlar las instituciones no solo impidió que se valore los méritos de la lucha antiterrorista, sino que llevó a que paradójicamente se le acuse de violaciones de derechos humanos y se le condene injustamente a una pena de cárcel prácticamente perpetua en lugar de juzgarlo por sus violaciones constitucionales.
Sendero fue derrotado cuando el Estado, los militares y el presidente de la República entendieron que los comuneros no eran enemigos sino esencialmente amigos del Estado y que en lugar de sospechar de las comunidades había que aliarse con ellas dándoles armas y ayuda cívica. Fue un cambio muy importante porque en la relación de las fuerzas del orden con los campesinos quechua hablantes se reproducía en alguna medida el tipo de relación criollo-indio de origen colonial, generador de sospecha, desconfianza y represión.
Para derrotar a Sendero, entonces, fue necesario, en buena cuenta, superar la distancia étnica y cultural. Esa alianza horizontal y victoriosa entre el Estado criollo y los comuneros andinos redimió, en cierto sentido, la historia, y redimió los horrores de la década anterior. Y convirtió en ciudadanos -del Estado Peruano, salvado por ellos- a los campesinos andinos, por lo menos en ese momento, aunque lamentablemente el país no pudo consolidar esa conquista en un reconocimiento permanente, pues se optó por cultivar la imagen de los campesinos sólo como víctimas en lugar de encumbrarlos también como ciudadanos-vencedores y salvadores del país.
La muestra del LUM debería servir para estudiar y debatir la estrategia que derrotó a Sendero Luminoso. Esto ayudaría a revalorar el papel de los actores principales en este trágico episodio de nuestra historia y consolidar la alianza esencial con el mundo andino que estuvo en la base de su éxito y que es todavía condición irresuelta de la viabilidad nacional. Lampadia