Por: Maite Vizcarra
El Comercio, 30 de Marzo del 2023
“Y es que nadie puede negar que con Internet y su digitalización la producción de contenidos dejó de ser lo que era, enfrentándonos a un sinfín de opciones que compiten por nuestra atención”.
Nuestro más reciente orgullo nacional en el ámbito de la música es una joven de “veintipocos” años llamada Milena Warthon, que se coronó como la ganadora indiscutible del Festival de Viña del Mar, y en la categoría de folclor. Aun así, cuando uno escucha sus canciones, no siente que esté ante una ejecución musical vernacular, tal y como la conocemos, sino que su propuesta musical es en sí misma un producto mestizo en el que mezcla tendencias, instrumentos e incluso aproximaciones actuales a lo que ella considera el ser peruano.
Sin embargo, Milena es el resultado de talento y un interesante uso de redes sociales, en particular del famoso TikTok. En plena pandemia, y aprovechando que la popularidad de esa red social se disparó, la talentosa Warthon ganó gran popularidad a través de los contenidos personalizados que creaba y difundía ahí. De hecho, fue su presencia tan aclamada en esa red social la que reforzó su popularidad en Chile: Milena ya era conocida por su público espectador chileno, mucho antes de ir a Viña del Mar.
El éxito de esta cantante nacional seguramente es anhelado por muchos otros talentos que indudablemente aspiran a esa resonancia internacional. ¿Hacia dónde deberían apuntar su estrategia? Si seguimos la “ruta Warthon”, habría que pensar en crearnos un espacio en las redes sociales, a fin de que nuestra propuesta llegue a un número importante de personas, pero específicamente a cualquier potencial degustador de nuestra música.
Y es que nadie puede negar que con Internet y su digitalización la producción de contenidos dejó de ser lo que era, enfrentándonos a un sinfín de opciones que compiten por nuestra atención. Esta realidad ha llevado a que los ‘mass media’, tal y como los hemos conocido tengan que adaptarse a los nuevos tiempos e incluso den paso a nuevas alternativas como las cada vez más recurridas plataformas de streaming (Netflix y las demás). De ahí que artefactos totémicos como la radio o la televisión se encuentren en fuerte amenaza ante estas opciones emergentes.
Si se acepta, como lo está haciendo medio mundo, que la radiodifusión –radial o televisiva– está entrando en una fase de replanteamiento, es justo preguntarse si estos medios son la mejor forma de promover la divulgación ‘urbi et orbi’ de nuestro acervo cultural; y, aún más, de garantizar la seguridad económica de los involucrados en ese tipo de contenidos. La pregunta resulta pertinente a propósito de una iniciativa legislativa impulsada por el parlamentario Álex Flores del partido Perú Libre que pretende ampliar de 10% a 40% la cantidad de contenidos musicales –entre otros– producidos en el Perú, que deben insertarse en las parrillas de programación de los operadores de servicios de radiodifusión.
Más allá de la idoneidad constitucional de esta iniciativa, su existencia nos permite reflexionar sobre si en verdad es la radiodifusión la mejor forma de promover nuestro acervo, considerando que ya existen normas específicas que lo vienen haciendo bajo el supuesto de que, al incluirse contenidos de este tipo en la televisión, mágicamente se incrementará la demanda de estos.
Antes he explicado aquí que, respecto de la creación, producción y distribución de contenidos culturales, artísticos o de entretención, la estrategia tiene que acercarse más a escenarios como los que proponen las llamadas “industrias creativas”, en las que se asume que cualquier creador está obligado a escoger la mejor plataforma –y eso ya implica reconocer que la radiodifusión no es la única opción y que, más bien, debería propenderse a ampliar el acceso a todas las otras alternativas– que le permita colocar su producción al público que mejor la valore –hiperpersonalización–.
En cuanto a qué implica que un contenido sea peruano o de factura nacional, no es posible desconocer que hoy, gracias a la digitalización –¡otra vez!–, la producción de contenidos multimedia puede deslocalizarse y realizarse en cualquier parte del mundo.
Por ello, es muy difícil defender iniciativas legislativas como la referida cuando esta desconoce situaciones tecnológicas fácticas que ya vienen afectando la creación de contenidos de cualquier tipo.