Jaime de Althaus
Para lampadia
Algunos intelectuales de izquierda están construyendo la narrativa de que estamos ante un movimiento campesino andino que reclama democracia frente a un gobierno autoritario que impone la fuerza. Con medias verdades y posverdades, crean una realidad paralela o invertida. La historiadora Cecilia Méndez declara en la República:
“El origen de este movimiento y la madre de todos los reclamos es que desde un comienzo a estas personas no se les quiso reconocer su voto… Se formó incluso una comisión en el Congreso. Y ellos lo dicen: el presidente que ellos habían elegido puede tener todos los defectos del mundo, pero ganó legítimamente. Al no reconocerlo están haciendo algo profundamente antidemocrático…Ese es el principal motor de la movilización”.
Es verdad que luego de la segunda vuelta hubo iniciativas legales para anular los votos de un número importante de mesas, básicamente en sectores campesinos, donde por un cierto número de votos alterados se terminaba suprimiendo muchos votos válidamente emitidos. Y se formó una comisión en el congreso. Pero al final nada de eso funcionó. Si el gobierno de Castillo hubiese desarrollado una gestión aceptable y no hubiese incurrido en los actos de corrupción y destrucción del Estado, esos antecedentes ya habrían sido olvidados y el país estaría reconciliado consigo mismo.
Castillo fue vacado no por ser andino o campesino, sino por dar un golpe de Estado. Y lo dio para sepultar las acusaciones de corrupción, de haber recibido millones de soles para él y su familia, según relataba Salatiel Marrufo el mismo día del golpe y según diversos testimonios anteriores. Y quizá porque siempre tuvo ese proyecto.
Pero esos intelectuales no se toman el trabajo de explicarlo. Como los radicales, se montan sobre el movimiento para cosechar académicamente. Muchos campesinos se movilizaron porque creyeron el relato de que Castillo había sido derrocado por el Congreso y los poderes limeños debido a su origen campesino, por racismo, porque los contratos mineros vencían y no los iba a renovar, y otras razones de ese tipo. Si yo llego a la conclusión de que me robaron el voto, me movilizo. En ese sentido sí, es una movilización democrática. ¡Pero basada en una posverdad!
La izquierda, por supuesto, lejos de ayudar a explicar lo que realmente ocurrió, ha colaborado con asentar un mito cuyas consecuencias han sido hasta ahora más de 60 muertos. Y para que tenga sentido la tesis de una rebelión restauradora de la democracia, tiene que afirmar que este no es un gobierno democrático sino autoritario, una dictadura cívico militar. Otra flagrante posverdad.
Es verdad que, en sociedades tradicionales como las comunidades campesinas, la ética de la comunidad, como la llamaría Jonathan Haidt, se impone sobre los intereses o las voluntades individuales. Los comuneros se suman a la lucha comunal. Esto es más fuerte aun en Puno, donde a la identidad comunal se agrega una mayor identidad étnica aymara o quechua.
Pero la estructura que se mueve acá es una de guerra. No es democrática. La voluntad individual se subordina sin discusiones a la voluntad colectiva y a la dirigencia, y la traición se convierte en el peor de los pecados. En muchos casos, sobre todo en las ciudades, la gente se mueve por coacción o amenaza de castigo. Los comerciantes y los mercados son obligados a cerrar. En la ciudad de Puno, en Juliaca y en otras ciudades se imponen verdaderas dictaduras dirigidas por líderes radicales.
Por supuesto, estos estos intelectuales supuestamente defensores de la democracia no denuncian la existencia de estas dictaduras regionales y locales que, entre otras cosas, prohíben a las autoridades recientemente elegidas reunirse con el Ejecutivo y las azotan si lo hacen, y reprimen a los periodistas disidentes.
Tampoco incorporan en su análisis el papel que juegan las dirigencias radicales, sean vinculadas al Fenate y al Movadef, o al movimiento separatista impulsado desde Bolivia. En realidad, tampoco sorprende que radicales de izquierda puedan dirigir una insurrección como esta: la lucha revolucionaria se sustenta también en el poder absoluto de un orden vertical. Es lo menos democrático que puede haber.
Es posible que esos intelectuales estén experimentando el enorme placer académico de descubrir que por primera vez una gran movilización “democrática” es encabezada por los sectores indígenas. Una novedad que les llena de emoción. Pero, por favor, no a costa de la verdad. Lampadia