Eduardo Ponce Vivanco
Ex Vicecanciller y Embajador (r) del Servicio Diplomático
Para Lampadia
Es vital observar las interdependencias más fuertes en los ámbitos regional y vecinal. Concentrémonos en Chile, que ha sido el primer país emisor de turistas hacia el Perú, representando el 27% del total de arribos internacionales. En el 2019, se registraron 1´196, 234 llegadas, cifra que disminuyó 5 % respecto al año anterior. Los vacacionistas chilenos tuvieron una permanencia promedio de 6 noches y un gasto que ascendió a US$ 634 cada uno. (Fuente: Promperu). Huelga decir que el sur: Cuzco, Tacna, Arequipa, Puno y Madre de Dios fueron los primeros beneficiarios de ese flujo sostenido en el tiempo.
En el plano de las inversiones, debe recordarse que fueron capitales chilenos los primeros en aprovechar la seguridad jurídica ofrecida en la Constitución de 1993, asumiendo el riesgo de invertir en un vecino con el que la relación bilateral parecía irreparablemente resentida por la Guerra del Pacífico y la prolongada invasión de sus tropas en el Perú.
Recuerdo que Saga Falabella y Ripley fueron las primeras en instalar sus grandes tiendas de departamentos y multiplicar sus sucursales en Lima y muchas ciudades del Perú. Otras empresas importantes siguieron el ejemplo, confiando en la Constitución que nació con el patrocinio de la OEA para reparar los estropicios institucionales provocados por el autogolpe de Fujimori en 1992. Según datos de la Embajada de Chile (publicados por La República), somos el segundo destino de las inversiones de nuestro vecino en el exterior, con un monto acumulado de US$ 20.048 millones de 1990 al 2020 proveniente de más de 400 empresas (lo que equivale a un 14,8% del total las inversiones chilenas en el mundo). Los empleos generados sobrepasan los 50 mil y el comercio bilateral llega a $3,000 millones anuales.
Si esta formidable evolución capitalista arrancó décadas antes de la elección del joven socialista Gabriel Boric a la presidencia de Chile –recuerdo temible de Allende – habría sido razonable esperar un fuerte incremento de sus inversiones en el Perú, si el año y medio del desgobierno populista de Pedro Castillo no hubiera destrozado la gestión pública y la institucionalidad del aparato estatal, amenazando a nuestra maltratada democracia con la instauración de la lucha de clases para instalar un socialismo a la chola.
Decapitado Castillo por su autogolpe televisado en un tembloroso mensaje nacional, bastaría que Dina Boluarte se empeñe en demostrar que puede gobernar con eficiencia y decisión para que aumente el flujo de la inversión chilena, atemorizada por la inmadurez y el discurso socialista del joven Boric, así como por el vívido recuerdo del descalabro que su país sufrió a partir del furioso y destructivo levantamiento que lo sacudió a lo largo de 6 meses (octubre 2019 a marzo 2020), cambiando radicalmente la imagen de campeón latinoamericano de la estabilidad y el desarrollo. Por desgracia, la secuela que dejaron los disturbios y saqueos afectó profundamente la seguridad jurídica y la economía del país, que entró de lleno en una prolongada crisis constitucional que sólo terminará con el plebiscito para aprobar una nueva carta magna que se realizará el próximo noviembre.
Sin embargo, la potencialidad del turismo chileno al Perú está latente y nada sería más beneficioso para levantar la economía y el empleo en nuestras deprimidas regiones del sur, comenzando por el Cuzco, Arequipa, Tacna, Puno y Madre de Dios, si no fuera por la aguda convulsión social que las afecta severamente y que, por cierto, amenaza la seguridad de los turistas, creando una incertidumbre insuperable sobre sus movimientos y los tours que contratan.
Una vez más en nuestra frustrante historia, son los propios peruanos los que atentan contra nuestro país y provocan su empobrecimiento. Es una calamidad que solo puede ser superada por nosotros mismos. Lampadia