Por: Patricia Castro Obando, Doctora en Antropología China
El Comercio, 6 de Diciembre del 2022
“Las manifestaciones apuntaron a recuperar algo que se aprecia más cuando se pierde: la libertad”.
Decía Confucio que “el silencio es el único amigo que jamás te traiciona”. Por entonces, no se había inventado el papel. En la China continental tampoco se conocía el poder de una hoja en blanco que, sin decir nada, lo está diciendo todo. Hasta la semana pasada, cuando los jóvenes de Beijing, Shanghái y otras ciudades chinas denunciaron los excesos de la política ‘Covid Cero Dinámico’ levantando papeles en blanco.
La llamada “revolución A4″ –que remite al tamaño estándar del papel para impresoras– ha conseguido la relajación de algunos controles sanitarios, aunque las autoridades, copiando el mismo formato, permanecieron en silencio sin vincular ambos hechos. La hoja en blanco en contra del ‘Cero Dinámico’ fue censurada en los medios oficiales, pero ha dado mucho de qué hablar dentro y fuera de China.
No es una, sino varias demandas que no caben en un solo papel, la mayoría contra las restricciones y los daños colaterales causados por la severa política sanitaria, algunas otras directamente contra el régimen que ha endurecido su postura con Xi Jinping. Las manifestaciones apuntaron a recuperar algo que se aprecia más cuando se pierde: la libertad.
Al menos 530 millones de personas, casi un 40% de la población, permanecían bajo algún tipo de confinamiento a finales de noviembre por el aumento de casos. Desde que empezó la pandemia, China levantó sus murallas y se aisló para llevar a cabo una estrategia basada en la eliminación del virus dentro de su territorio. Los primeros dos años, la política funcionó en un país encerrado en sí mismo.
Hasta que los linajes de ómicron demostraron ser más veloces que Genghis Khan cuando saltó a caballo la Gran Muralla. El enfoque de puertas cerradas, la vacunación baja o incompleta de ancianos y los recursos médicos insuficientes empujaron a la población, una vez más, a los encierros prolongados, intermitentes, súbitos y muchas veces excesivos, con pruebas masivas como pan de cada día.
En un esfuerzo por adecuar su propia estrategia, el Gobierno Central ya había lanzado una política de 20 puntos para disminuir las restricciones sin abandonar el principio de tolerancia cero. Unas veces porque las medidas no eran claras y otras para evadir la responsabilidad del incremento de contagios. Los funcionarios locales endurecieron los controles hasta que la situación se desbordó.
Los daños colaterales de la política ‘Cero Dinámico’, algunos transformados en tragedias debido a los confinamientos estrictos, han terminado por romper la valla de tolerancia y cooperación de la población, desencadenando protestas. “Vivir así es como vivir conteniendo el aire”, fue uno de los tantos mensajes que naufragaban en las redes sociales chinas.
¿Ha fallado la estrategia sanitaria de China? La política logró la tasa más baja de contagios y mortalidad respecto a la mayoría de los países del mundo hasta el 2021. En mayo, ante los nuevos rebrotes, la Organización Mundial de la Salud advirtió que el enfoque no era sostenible y recomendó transitar a otra estrategia basada en el equilibrio entre las medidas de control y el impacto de estas políticas en la sociedad y la economía.
Desde el 2020, el epidemiólogo Zhang Wenhong está sugiriendo que China eventualmente tendría que coexistir con el virus. También explicó que cualquier estrategia prolongada requiere ser suave y sostenible. Después admitió que China no se estaba preparando para la siguiente etapa. Además, ha insistido en la urgencia de cambiar la percepción sobre la infección entre la población china. “Para controlar el virus, primero debemos eliminar el miedo”, dijo.
Sin importar que Zhang es director del Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas y director del Departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital Huashan afiliado a la Universidad de Fudan, en las redes sociales chinas sus detractores lo acusaron de traidor por socavar la estrategia de ‘Covid Cero Dinámico’ en confabulación con fuerzas extranjeras. La discusión se había trasladado del terreno de la ciencia hacia los dominios de la política.
Un estudio de Zhang publicado en junio reveló que menos del 0,1% de 33.816 pacientes de COVID-19 hospitalizados este año durante el brote de Shanghái desarrollaron una enfermedad grave. Todos ellos tenían más de 60 años y presentaban dolencias subyacentes o sistemas inmunológicos debilitados. Tampoco bastó que este reporte fuera publicado por el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades.
Después de las protestas, en Beijing las restricciones se están levantando gradualmente mientras el gobierno municipal ha prometido optimizar las medidas y asegurar su aplicación moderada en la capital blindada de China. Pero la narrativa de “convivir con el virus trae muerte” ha calado tanto en la población que después de pedir libertad han regresado a encerrarse en sus hogares, dejando las calles casi vacías ante la nueva ola de contagios.
El principal problema de la política sanitaria radica en no haber fijado un calendario para la reapertura de China. Con el país cerrado y, por lo tanto, más seguro, las personas de tercera edad no han visto la necesidad de vacunarse. Un programa a largo plazo con inoculación a gran escala, tipos diversificados de inyecciones para los más vulnerables, ampliación de recursos sanitarios y medidas más flexibles habría llenado muchos folios en blanco.