Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
Los logros de Luis Almagro, Secretario General de la OEA y del sistema interamericano son notorios:
- Cuba sigue siendo una dictadura comunista sin libertades, donde el disenso se paga con la cárcel, la miseria se relata como resistencia y la falta de energía se esconde detrás del “bloqueo imperialista”.
- Venezuela, la que fuera la economía más próspera de la Región y la democracia más larga, sigue sangrando por la herida mortal que le infringió Chavez, de la cual brotan a borbotones, millones de venezolanos que van por toda A.L. en busca de pan, libertad y futuro.
- Bolivia no es el país exótico y multirracial que nos relatan, es una cárcel misógina, donde la valentía y el sentido del deber de una mujer como Jeanine Añez es sancionada con la injusta prisión y donde a falta de Evo hay un Arce que ahora reprime las protestas y prolonga el autoritarismo.
- Nicaragua se convirtió en una dictadura estalinista donde los opositores se desaparecen o encarcelan, donde las iglesias se saquean, los curas se persiguen ( con el silencio del Papa) y donde el cinismo socialista ya no tiene rubores.
Podemos seguir mostrando los logros del señor Almagro, reelegido secretario general de la OEA, en otros países como Argentina, Ecuador, Chile o Perú. Sin embargo, tal vez lo más importante sea entender por qué es tan exitoso en haber permitido el avance del autoritarismo socialista en nuestra Región, pese a sus declaraciones altisonantes contra el fraude electoral de Evo Morales en el 2019, sus aparentes condenas a las violaciones a los derechos humanos en Cuba o Venezuela y sus enfrentamientos verbales con Ortega, Maduro y hasta López Obrador.
Para algunos podría ser que es un “controvertido camaleón político” (Antonia Laborde. El País 21.02.22) que pudo pasar de la centro derecha a la izquierda en Uruguay, que llegó a la OEA elogiando a Chavez, que felicitaba a Ortega y que engañó a Washington con una retórica de condenas verbales a Bolivia, Venezuela y Cuba.
Para otros no sería otra cosa que la perversión de la diplomacia donde, a fin de vivir en Washington, tomar cafés en Georgetown, almorzar y visitar regularmente los Smithsonians y pasar fines de semana en Nueva York, todo vale y se puede adular y condenar, felicitar y denunciar a las mismas personas, con igual facilidad y casi en el mismo tiempo.
Para otros en cambio, el verdadero Almagro no sería el que enfrenta a Evo cuando hace fraude, sino el que socapa la detención arbitraria de Jeanine Añez, tampoco el que cuestiona a Diaz Canel sino el que busca el resquicio para que Cuba vuelva a la OEA, menos el que condena a Maduro sino el que no expulsa a Venezuela del sistema interamericano y dice que por “razones administrativas” Venezuela sigue en la OEA.
El verdadero Almagro sería el que avaló la llegada de Maduro el 2013, el que piensa que “nadie puede desconocer el verdadero papel de estadista que tuvo el presidente Hugo Chavez” (Telesur 2013), el que legitimó las elecciones de 2016 en Nicaragua y acudió a felicitar el legítimo triunfo electoral de Ortega en ese momento.
Ese Almagro se acerca más a sus logros que su encendida retórica que nos engañó a muchos, haciéndonos creer que la OEA enfrentaría el autoritarismo socialista. Que hoy día abra el sistema interamericano para socapar los delitos de los que la Fiscalía acusa a Pedro Castillo en el Perú es solo una vuelta más de la tuerca y una misión que parece estar cumpliendo a cabalidad.
Tal vez la OEA debiera dejar Washington e instalarse en Managua, La Paz, Caracas o La Habana. Tal vez allí esta organización y quienes la dirigen entenderían cuales son las verdaderas heridas de América Latina y el deplorable papel que están jugando en contra de la democracia, la libertad y los derechos humanos en nuestra Región. Lampadia