Eduardo Ponce Vivanco
Embajador ®, ex Vice Canciller de la República
Para Lampadia
Con más de siete millones de km2, Rusia tiene el territorio más grande del mundo y una de las más bajas densidades poblacionales (menos de 9 habitantes por km2). Son datos que impactan cuando se considera que ¡hace siete meses! el autócrata Vladimir Putin inició una feroz guerra de agresión contra Ucrania, después que, por ambición geopolítica, ya le había arrebatado la hermosa península de Crimea (2014) ante la indignante pasividad de la comunidad internacional.
Las atrocidades que vemos diariamente en Ucrania contrastan con el espectáculo deprimente en la Asamblea General de NNUU, donde el mandatario ruso acaba de reafirmar con altanería: “no nos desviaremos de nuestra trayectoria soberana. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tenemos la intención de seguir promoviendo una agenda internacional unificadora y de contribuir a la solución de graves crisis regionales”, añadiendo cínicamente que pretenden “… contribuir a la búsqueda de respuestas efectivas a los numerosos desafíos y amenazas de nuestro tiempo y ayudar a resolver conflictos regionales agudos” (20/9/2022).
La ONU fue la respuesta de los 50 Estados (20 latinoamericanos) que firmaron la Carta de San Francisco (1945) para crear un sistema mundial eficaz que reemplazara a la Sociedad de Naciones. Pero, así como el incontenible surgimiento de Hitler y el nazismo trituraron esa organización, Putin hace lo mismo con las NNUU al evidenciar su inoperancia para terminar su guerra contra Ucrania. A fin de darle poder real se dotó a las NNUU de un instrumento fuerte para preservar la paz: un Consejo de Seguridad (con cinco miembros permanentes con derecho a vetar cualquier decisión y diez rotativos sin ese privilegio).

El primer fracaso llegó cinco años después. Iniciada la Guerra de Corea, el veto ruso paralizó la acción del Consejo cuando la China comunista invadió ese país en 1950.
Ante la inoperancia del Consejo de Seguridad por el veto soviético, la Asamblea General convocó sesiones de emergencia para encontrar una fórmula que le permitiera suplir la inoperancia del Consejo. Así aprobó la famosa Resolución Unión Pro Paz -337 (5) – abriendo una puerta legítima para que EEUU y sus aliados enviaran una fuerza militar contra la agresión china apoyada por Moscú. Después de una feroz guerra de tres años, el enfrentamiento terminó con la división de la península coreana por el paralelo 38, que separa a las Coreas del Norte y del Sur.
La despiadada agresión contra Ucrania afecta al mundo entero. No solo ha multiplicado las masas de migrantes y refugiados, sino que ha desquiciado el suministro de bienes esenciales como el petróleo, el gas, los cereales, los fertilizantes, los contenedores, ha encarecido el transporte marítimo y hasta la producción de los chips que dan vida a la tecnología, cada día más crucial para el planeta.
El impacto de la guerra de Putin es universal y la OTAN – mediatizada porque Ucrania no es parte de ella – ha probado ser incapaz de detener y revertir la agresión.
La paranoia putiniana ha llegado al extremo de amenazar con el uso del poderío nuclear ruso, lo que no tiene precedentes en casi ocho décadas. Peor aún, en el parlamento de ese país se ha dicho que en su encuentro con Putin, Xi Jing Pin le habría expresado su apoyo contra Ucrania. Lo cierto es que Pekín pretende sibilinamente que la causa de esa agresión abusiva reside en los defectos del sistema de seguridad europeo, en la OTAN y en EE. UU.
Esta grave situación internacional reclama que los desamparados países del llamado Tercer Mundo aprovechen la Asamblea General de las NNUU que ahora se realiza en Nueva York para considerar con urgencia una nueva y moderna versión de la Resolución Unión Pro Paz. Tal vez ese camino podría romper el entrampamiento que se profundiza entre las grandes potencias en perjuicio de las grandes mayorías de la población mundial. Lampadia