Rafael Venegas
Para Lampadia
Después de un periodo inusitado de bonanza económica, desarrollo y paz social de casi dos décadas, hemos retornado a nuestra acostumbrada y surrealista vida de crisis crónica.
La crisis política se inició en el (des)gobierno nacionalista de Humala y la seguimos viviendo hasta el día de hoy. Cinco presidentes y tres congresos en sólo cinco años. ¡Todo un récord Guinness!
En el 2016 se destapó la gran corrupción, con los tristemente célebres casos de “los cuellos blancos”, “lava jato” y “club de la construcción” entre otros. En ellos estuvieron vergonzosamente involucraros altos funcionarios públicos, políticos, jueces y empresarios.
Para colmo de males, a fines del 2019, se presentó la infame pandemia que generó una gran crisis sanitaria y económica. Esto gracias a una criminal corrupción y a una pésima gestión pública que causó miles de muertes, quiebra de miles de empresas y gran desempleo.
Sin embargo, a pesar de descubrirse esta enorme corrupción hace ya algún tiempo, no hay nadie tras las rejas, gracias a la perversa y conveniente impunidad.
“Lo más grave no es la corrupción sino la impunidad”.
(Fernando Savater)
Las crisis políticas, sociales y económicas son enfermedades pendulares, que son parte de nuestro ADN. Lo nuevo esta vez fue la crisis de salud que se sumó agravando la situación.
Lo terrible ha sido descubrir la tremenda proliferación de la peor de todas las plagas: LA CRISIS MORAL, ante la asombrosa pasividad e indiferencia de la población.
La ausencia de ética, valores y civismo, avalada por la infame impunidad han enfermado gravemente de inmoralidad a nuestro país. Una dolencia muy difícil de revertir, cuyos primeros síntomas se comienzan a convertir en una nueva normalidad, o mejor dicho en una “NUEVA ANORMALIDAD”.
Hoy parece que es normal que organizaciones criminales tengan penetrados y controlados a los poderes del Estado y las instituciones públicas. También parece que es normal que los funcionarios públicos de alto nivel sean incapaces morales e intelectuales.
Tampoco es necesario contar con un buen currículo para ser ministro de Estado; solo se necesita tener un buen prontuario policial.
Además, no se requiere entender nada del sector encargado; sólo basta con saber palabrear e insultar a la prensa y escudar al mandatario.
Por otro lado, también es normal conseguir un puesto de trabajo bien remunerado en el estado o ganar licitaciones públicas, sin tener experiencia alguna. Sólo basta con ser familiar, amigo o financista del mandatario.
Estas nuevas anormalidades practicadas por los funcionarios públicos también incluyen, mentir compulsivamente, ser cínico y caradura, propiciar el odio, el divisionismo y la violencia entre peruanos, obstruir impunemente a la justicia, manipular descaradamente a la policía nacional e insultar y amenazar constantemente a la prensa, entre muchas otras.
Todas estas acciones, que son claramente vedadas, corruptas e impunes, comienzan a convertirse en normales, ante una aparente aceptación de una pasiva y anestesiada población y de un Congreso inoperante y mercantilista.
Está claro que, si no combatimos y derrotamos a esta enfermedad en sus fases preliminares, será imposible derrotarla cuando se agrave con síntomas más críticos como el sometimiento de las FFAA, la toma de los medios de comunicación y las expropiaciones de las empresas privadas.
Aún estamos a tiempo de despertar y hacer uso de nuestro derecho constitucional a la insurgencia y la revocatoria de autoridades. Para eso tenemos que levantar la voz y presionar firmemente a nuestros representantes del Congreso, así como a los funcionarios del orden y la justicia, para que cumplan con su deber patriótico de salvar a nuestro país. Lampadia