Berit Knudsen
Para Lampadia
Sólo una educación de calidad, principios y valores puede salvar nuestro futuro
Vivimos una crisis que parece no tener fin, con continuos actos de corrupción que van de mal en peor, con la constante ignorancia y ausencia de valores. Jóvenes y adultos defienden nuestras libertades, pero con lenguajes distintos. Eso hace propicio el análisis del contexto histórico en el que cada grupo desarrolló su forma de pensar, para buscar coincidencias que permitan entender a los jóvenes y que los jóvenes entiendan a las anteriores generaciones.
Las “formas de pensamiento” y las brechas entre distintas generaciones, son el resultado del espacio-tiempo-histórico y los hitos que imprimen huellas en cada grupo particular. Hoy los cambios tecnológicos, el “antes y después del computador”, marcan una frontera infranqueable para entender el pensamiento de los jóvenes que rondan los 16 y 40 años.
Los jóvenes de ayer, nacidos en los años cincuenta o sesenta, crecieron durante la posguerra con el temor latente de una guerra nuclear y con la “guerra fría” entre URSS y los Estados Unidos, en un mundo dividido entre comunismo y capitalismo.
Esa “generación escéptica”, pertenece a la época en la que aparecieron los medios de comunicación de masas, la sociedad de consumo y la escolarización masiva. Una «cultura juvenil«, de «rebeldes sin causa» que rechazaban a los adultos que desencadenaron las guerras. En esos años sesenta el comunismo en China se apartaba del soviético y se construía el Muro de Berlín.
A esa misma generación le tocó vivir la militarización de América Latina, con gobiernos proimperialistas o prosoviéticos. En el Perú, el golpe de Estado del general Juan Velasco, en 1968, derrocó al presidente Fernando Belaunde y por 12 años vivimos un gobierno prosoviético, procubano, sin Constitución, sin libertad de prensa; pero con grandes migraciones del campo a la ciudad, crisis económica y un fuerte incremento de la pobreza. La política estaba representada por personajes uniformados que reprimían cualquier conato de manifestación popular. En ese entorno, el boom de los medios masivos se postergó hasta los años ochenta, momento de grandes cambios.
En toda sociedad los jóvenes de todos los tiempos han sido el grupo más vulnerable a las coyunturas políticas, sociales y económicas.
Por ello la UNESCO declaró a 1985 como el “Año Internacional de la Juventud”, para que el mundo tomara conciencia de la problemática de la desocupación, dependencia familiar e incertidumbre cultural. Comienzan a proliferar las micro culturas como los punks y los okupas formando nichos en un ambiente atomizado. La competencia entre jóvenes y adultos –con términos como paro, angustia, actitud defensiva, pragmatismo, incluso supervivencia– fue la constante.
Los jóvenes de hoy, entre 16 y 40 años, generaciones nacidas a finales del siglo XX, marcan un antes y un después con las sociedades digitales o generación de las redes. Aparecen las “guerrillas posmodernas”, referente juvenil de movimientos web y resistencia global; pero se evidencia la ausencia de valores sólidos. En el Perú los tiempos posteriores al terrorismo, de relativa calma política y crecimiento económico, crean el ambiente propicio para movimientos culturales. Se abren espacios para que las mujeres compitan en el mercado laboral y surgen intelectuales que encuentran en el “lenguaje” la herramienta para cambiar la forma de pensar de estas nuevas generaciones.
La guerra cultural, conflicto ideológico que busca dominar los valores y las creencias, se aplica al conocimiento para deconstruir términos cotidianos, transformándolos en microespacios para capturar la mente de estos jóvenes.
Las micro culturas woke, que buscan despertar lo que la izquierda entiende por “justicia social”, crean microespacios que van desde los derechos de las mascotas hasta el cambio climático, pasando por polarizantes conceptos de “ideología de género”, que agrupan a los seguidores según sus coincidencias. Esta atomización no es ajena a las tendencias políticas, con múltiples matices que combinan ideologías de derecha o izquierda, autoritarismo o libertarismo.
Esta es la educación que recibieron los jóvenes de hoy, y el precio que debieron pagar las familias al delegar la responsabilidad de la formación de sus hijos, que son el presente. Escuelas y universidades se apropiaron de esa educación que hablaba en un nuevo lenguaje globalizador y tecnológico, fragmentado en microespacios, creando “nuevos relatos”, alterando la realidad histórica y anulando materias fundamentales para la formación de la identidad: conocimientos sobre nuestra realidad, defensa de nuestra soberanía y la práctica de valores cívico-patrióticos.
En este entorno, son los principios y valores los que se han perdido en esta batalla cultural latinoamericana.
El egoísmo, la mentira y el cinismo son patéticas muestras de una educación deficiente, evidenciada en las altas esferas del Gobierno y del Estado.
Por ello, para recuperar la soberanía de nuestros pueblos, es necesario promover la educación y la unión de los peruanos. Solo así se podrá combatir a ese enemigo que busca destruir al Perú, dilapidando las arcas de nuestra Nación para comprar voluntades con dinero malversado (de todos y cada uno de los peruanos), poniendo en peligro nuestro futuro. Lampadia