Respuesta a Vergara
Marlon Mendoza
Politólogo
Concordia University
DNI:06806865
Para Lampadia
Carentes de tiempo o talento nato, gobernando o en campaña, los políticos suelen apoyarse en logógrafos para la fabricación de discursos que les permitan persuadir, conmover y convencer. Esta industria tiene un sex appeal muy fuerte. Convoca a los más inteligentes, creativos o laboriosos de las disciplinas sociales.
Su arte está en tocar alguna de las fibras más íntimas de las personas. Es persuadir por la vía de la emoción y no por la razón. Como ese pedazo de canción que no te suelta. Sus armas son poderosas. Metáforas, aliteraciones, hipérboles, alusiones históricas. Su mayor éxito estará en acuñar una idea- fuerza movilizadora que cale en la gente, que escape en el tiempo. El icónico: I have a dream.
Los logógrafos son personajes muy poco conocidos. Propio de la naturaleza de su oficio. Se desenvuelven en las sombras. No es su labor opacar al político. Pueden lograr una relación de profunda amistad y respeto con el político. Hay pues, mucha interacción y confidencia entre ambos.
También tensión profesional. Su obra maestra es el producto de múltiples modificaciones y versiones. La entonación, el ritmo, las pausas, los gestos son claves en la interpretación del discurso trabajado. Por ello, su éxito reposa exclusivamente en el talante del político orador y su manejo de la audiencia. Eso de lo que hablaba Georgias en diálogo con Sócrates. Y ni que decir que todas las batallas políticas, galardones y luces las gana el político.
En Estados Unidos el logógrafo o escribidor de discursos es una institución. Contaron con ellos desde George Washington, uno de sus fundadores y primer presidente, hasta el carismático Barack Obama. Este último, incluso, se apoyó en 6 logógrafos. Pero fue Jon Favreau, politólogo y doctor en servicio público, su verdadero mind reader.
En nuestro país, siguiendo un relato de Fernando Vivas, el secretismo es la ley. Hay cierto recelo en los logógrafos cholos de hacer público su oficio. Quizás se deba a lo polarizante y los trágicos finales de los personajes políticos a los que asistieron. Cuenta que Alejandro Toledo se apoyó en el abogado y politólogo, Juan de la Puente. Alan García se apoyó un poco en Hugo Otero, pero prefirió prescindir de ellos. Seguramente, Ollanta Humala recurrió a su esposa. Siempre supuestos, pocos hechos.
Por ello es sumamente extraño encontrar logógrafos fuera del anonimato, lejos de la tensión profesional de su oficio y del calor del político que lo abriga. Digamos, físicamente. Porque, desde la comodidad de su hogar, confinado, siempre podrá hacer uso de su genio y talento creativos para mimetizarse con el pensamiento y propuestas de su político. Discurso Probono.
Hay mucho de esto, en «De la razón de estado a la razón nacional», la columna del abogado y politólogo, Alberto Vergara para el Comercio. En momentos tan aciagos como los que estamos viendo, el discurso de Vergara es, en un inicio, un emocionante llamado a la nación. Un canto de patriotismo. A saberse peruano y sumarse a la ayuda del otro.
Para ello, se adentra en la historia universal y ancla en momentos oscuros de la historia peruana. Emplea conceptos y terminología politológica. Suelta lisuras. Frasea a Rubén Blades. El salsero. Termina, con la selección de fútbol. O sea, es complejo. Es accesible. Es tu pata. Y así, sin mucho pensarlo, compartes sus amores, sus odios, sus estereotipos, sus generalizaciones, sus juicios de valor y su lectura de las cosas.
A la par, sin embargo, va construyendo una suerte de villanismo limeño histórico lineal. Digamos, también es dialéctico. El malo de ayer es el mismo de hoy y el de mañana. Es como hereditario. Hay que señalarlos. Pre-condenarlos. Por más que se esfuercen nos la deben. El paquete de repartición de culpas por el estado de los hospitales es la élite, los millonarios, el capitalismo, el sistema económico. Vamos. Doctrinariamente, nada nuevo. El mismo paquete envuelto de manera diferente.
Como decía Sartori, lo nocivo es estimular el lado emocional y no racional en la gente. Pues, vacía de contenido todo debate, aliena de sustancia la política y lo político. Ay, retórica sofista. Y, en primetime, día domingo.
Porque así, ya desentonó. Ya, desunió. Ya restó legitimidad a un sinnúmero de muestras espontáneas de solidaridad individual y colectivas, que, sin decreto supremo de por medio, se vienen dando cada día más. Campañas como #YoMeSumo que convocó a 73 mil personas y recolectó $126 millones. O muchos que vienen ayudando a facilitar las compras a personas ancianas o enfermas. Y, más. Algunas otras, él mismo las cita. Hay toda una lógica a favor de reforzar este tipo de comportamientos. Así se hace nación. Los que creemos en la libertad siempre abogaremos por la solidaridad espontánea y no una forzada. Cosa que no existe. Aquí todos están golpeados. Empobrecer a unos no es igualar el tablero. La riqueza y los empleos los crean los privados. Si descapitalizamos cómo salimos mañana.
Regresemos al canto. Su primer problema está, en que tan igual que como la razón de estado, el de la nación no está ni debe estar por encima de la democracia ni de la libertad de las personas. Por más encomiables que sean los propósitos, sugerir otra cosa, es totalitario. Digamos que, ya que nos movemos en estos terrenos que el fin no justifica los medios. Sí. Lo que Macchiavello teorizó, Richelieu aplicó. Se valió literalmente de todo para consolidar el poder absoluto del monarca.
Un paréntesis. La corrupción nos debe siempre hervir la sangre. Hace mucho daño. Y al orgullo nacional debería más si viene bailando samba. Pero, vamos. ¿Se circunscribe ésta a un modelo económico? Miremos, nuestra historia. Miremos fuera. Si, por casa tenemos el club de la construcción, Canadá tiene las fabulosas 14. Los países siguen avanzando. ¿Por qué deslegitimar todo?
El segundo problema del canto es que tiene muchos momentos Zacapa-resignificantes. Quizás, el más clamoroso sea cuando el logógrafo se sorprende de que haya un porcentaje similar entre quienes apoyan a su político y quienes reprueban la conducta de la gente al quebrar reglas de la cuarentena. No hay asociación con el hecho de que el ímpetu acusador fue precisamente alentado por su político en sus alocuciones diarias.
Y, en realidad, lo que más cojea de todo esto es la carencia de un análisis de políticas públicas. Esa rama aburridísima de las ciencias políticas. Esto hubiera llevado a sopesar el hecho de que el modelo de desarrollo que venimos construyendo con mucho esfuerzo y errores ha permitido aumentar el presupuesto del sector salud por 7 en 25 años. Que un porcentaje importante de los presupuestos de los diferentes niveles de gobierno regresan al fisco. Que sobre las espaldas de muy pocos se ha podido hacer mucho más.
A gritos, adolecemos de gestión pública. Es eso de comprar pruebas rápidas por encima de pruebas moleculares. Súmese la corrupción en las compras para nuestra policía que nos duelen. Ambos matan. Accountability con quien la lleva. Vamos. Democracia implica derechos, pero también deberes. Hagamos nación con todos y exijamos rendimiento de cuentas desde nuestras tribunas, que la democracia que nos costó construirla se nos marchita. Lampadia