Jorge Trelles M.
Para Lampadia, 08 de agosto de 2016
El Estado aparece como una solución para el pacífico desenvolvimiento de las sociedades. Alguien tiene que zanjar en los conflictos que oponen a los individuos y clanes que conforman las sociedades, y para eso se le dota de autoridad por encima de los individuos. Posteriormente se le adjudican competencias, que conforman la esfera de lo que parece apropiado que él realice, siempre para el mejor desarrollo de los grupos sociales dentro de su frontera y que definen lo que hoy en día se reconoce como propio del Estado: “Los asuntos públicos”.
En todo caso, en el cumplimiento de su misión, el Estado [peruano] no puede admitir conflictos entre sus partes y por eso la Constitución dice que el Estado es uno e indivisible y luego que su gobierno es unitario.
Sin embargo, como quiera que el Estado se organiza bajo el régimen de separación de poderes, estos pueden caer en manos de partidos antagónicos, que guiados por fines distintos a la misión del Estado, se enfrenten y ocasionen la parálisis del mismo.
Hay varias soluciones a esta inadmisible “guerra de poderes”. La más radical es que la censura o negación de la confianza a dos Consejos de Ministros y como consecuencia el Presidente de la República disuelva al Congreso y llame a elecciones de un nuevo Congreso para que el pueblo con su voto resuelva el enfrentamiento.
Otra, menos cruenta pero con problemas, es la desarrollada en Francia y que ha sido denominada por la ciencias políticas e históricas francesas como “la cohabitation”.
Los franceses habían tenido un enfrentamiento de poderes a finales del siglo XIX, a los pocos años de ser derrotados por los prusianos, que paralizó el país durante más de un año y acabó con la renuncia del entonces presidente Patrice de Mac Mahon. Por eso, ante una situación similar, François Mitterrand, más de cien años después, prefirió evitar el conflicto y le entregó el “premierato” y la conformación del gabinete a Jacques Chirac, jefe de la mayoría opositora en el Congreso. Esta “cohabitation” se ha repetido dos otras veces en 1993 y 1997, con distintos actores.
Ahora bien, sus imperfecciones no han satisfecho a los franceses, porque más allá de los buenos deseos de sus actores han continuado las disputas y los enfrentamientos, lo que ha impedido un desarrollo fluido y fácil del gobierno. Esto ha hecho que cambien la solución del enfrentamiento de poderes a medidas preventivas que eviten que se produzca, a través de la reforma del sistema electoral francés.
La reforma supone que la causa de que estos poderes del Estado caigan en manos de partidos diferentes, es la distancia en el tiempo entre las elecciones parlamentarias y las elecciones presidenciales, que hace que la mayoría cambie de un partido a otro y, por consiguiente, termine un partido en el Poder Ejecutivo y otro en el Legislativo.
En tal virtud han modificado la ley electoral de forma tal que ahora las elecciones parlamentarias tienen lugar después pero dentro del mismo mes que las elecciones presidenciales y en ambos casos bajo el principio de las dos vueltas. La peculiaridad es que en la primera vuelta solo son elegidos los parlamentarios que obtengan más del cincuenta por ciento de los votos posibles y, si no, se eligen en segunda vuelta entre los que han obtenido votaciones superiores al 12.5% de los electores inscritos. Para hacer posible la segunda vuelta en las elecciones parlamentarias, los representantes se eligen a razón de uno por distrito electoral (distritos uninominales).
Con este sistema es mucho más probable que la mayoría parlamentaria sea del mismo signo político que el Presidente, ya que las elecciones parlamentarias -y las posibles alianzas y acuerdos políticos- se llevan a cabo dentro de la perspectiva de un Presidente ya elegido.
Pienso que la adopción de los mismos criterios en nuestra ley electoral tendría los mismos efectos que ha tenido en Francia.
Lampadia