Por: César Azabache Caracciolo
Para Lampadia
Alberto Fujimori cumplió doce años de prisión por una serie de crímenes, los más graves, pero no los únicos, las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. Discutiremos durante años si fue autor de ambos o solo de uno. Discutiremos durante años si su responsabilidad por estos hechos es o no comparable con la responsabilidad que debieron asumir y jamás reclamamos colectivamente los jefes de Estado de los años 80 por lo que entonces pasó. Y discutiremos durante años si lo que Fujimori hizo en esta área fue o no más grave que lo que le hizo al sistema institucional al tolerar los caprichos de Montesinos.
Pero él fue condenado. Y fue condenado principalmente por los casos Barrios Altos y Cantuta. Nos guste o no, o nos guste mucho o poco. Sea cual sea la medida de justicia que, del 1 al 10, porque justo fue que se le condene, le asignemos a este evento. Eso ya es historia, y no es susceptible de revisión, como demostró el último intento de su hija Keiko por provocar una sentencia constitucional que a estas alturas es menos probable que una fantasía edípica invertida.
La cuestión Fujimori sin embargo tiene una explicación distinta. Alberto Fujimori, políticamente, no representa ya nada en absoluto. Es el que fugó, el que postuló a la dieta japonesa, el que quiso ser cargado en brazos entrando al Perú por Chile, el que negoció aparentemente su propio indulto con una defraudación cívica como PPK, el que expuso a su propio hijo al denuesto de una expulsión de un Congreso al que fue elegido dos veces con honores. Pero ese no es el punto. El punto es que un ex presidente no puede morir nuevamente en prisión entre nosotros. No después de Leguía, aunque ninguno de nosotros estuvo vivo cuanto Leguía murió en prisión.
En este marco, debemos repasar qué hacer. Por una cuestión de responsabilidad colectiva. Sin que reabrir el debate después del fraude absurdo que armó Kuczynski en diciembre de 2017 deba limitarnos. Debemos recuperar el clima de templanza que teníamos antes de esa fecha innecesaria, en la que alguien tan desbocado para mentir como mintió desperdició el tiempo que había tomado el debate que se armó, esto ocurrió realmente, en tiempos de Humala.
Las discusiones sobre las opciones posibles para regular el tramo final de la condena impuesta a Alberto Fujimori incluyeron antes de diciembre de 2017 aprobar una ley que permita a las personas mayores de 75 años (80 en el último borrador, salvo excepciones como el terrorismo) cumplir el saldo de sus condenas bajo prisión domiciliaria. Incluyeron también usar las atribuciones presidenciales para conmutar condenas de manera que los 25 años de prisión impuestos a Fujimori queden reducidos a 12 y medio o 15 años de cárcel, que eventualmente puedan terminar de cumplirse en un centro de salud.
La primera de estas opciones fue descartada por el fujimorismo actual, cuyos principales dirigentes declararon que el ex presidente debía salir “por la puerta grande” que esperaban abrir por medio de una demanda constitucional que nació muerta por falta de fundamentos serios, y terminó muerta, por cierto, porque no podía ser de otra manera. La segunda fue descartada por un Ejecutivo soberbio, que prefirió exponerse y exponer a los propios partidarios del ex presidente, mezclando una medida definida con la torpeza de un bróker apresurado sobre un caso tan grave como Pativilca (juicio aún pendiente por cierto). La enorme e innecesaria falta de respeto que expresó ese absurdo atolondramiento narcisista sobre las formas y sobre los familiares de las víctimas de los crímenes cometidos hicieron el resto de la historia que acaba de terminar.
El intento de sustraer a Fujimori del caso Pativilca cayó. El intento por indultarlo acaba de ser desarticulado. Las excusas legales sobre competencias o detalles quedan a nuestros ojos convertidos en gestos guturales sin consecuencias posibles. El esquema que ha muerto en este fallido intento jamás debió haber nacido.
Pero el problema, el que ya existía a finales del 2017, subsiste y hay que resolverlo.
¿Cómo logramos ahora que el desenlace nos devuelva los atisbos de equilibrio que comenzaban a construirse antes de diciembre de 2017? La lógica de la confrontación cruda y sin intermedios que instaló el fujimorismo en este ciclo viene entre nosotros convirtiendo las escenas fundamentales de discusión pública en escenarios del tipo “1/0”, en el que aparentemente solo queda a los contendientes derrotar o ser derrotado. El fujimorismo, que abrió el ciclo atacando a Saavedra (sin verdaderas razones) y luego a Zavala, perdió la primera vacancia en base a una estratagema aparentemente hábil de penetración en su núcleo duro (indulto a cambio de no vacancia). El descubrimiento de los hilos que movieron ese primer esquema hizo estallar la segunda vacancia en contra de Kenji y Kuczynski, los artífices de esa primera derrota del fujimorismo, cuando sus agentes fueron descubiertos en medio de un canje enteramente menos defendible que el primero (no vacancia a cambio de influencias aparentes para gestionar la ejecución del gasto público).
Leída la mecánica de las cosas, el Presidente Vizcarra planteó un referéndum que arrinconó al Fujimorismo sin margen de negociación (pierde todo margen quien se acostumbra a no concederlo). Y luego el judicial lanzó esta decisión, la que anula en sus fundamentos la imagen de Fujimori como referente de algo que merezca llamarse política seria.
No me preocupan los formalismos. Creo que esta decisión es sostenible por sus propios fundamentos. Y creo que puede literalmente partir al fujimorismo en dos. Y creo que eso es toque hay que mirar.
Creo que el fujimorismo de los años 90 está en posición de reconocer que fue una mala idea no apostar por el camino intermedio que promoviera una prudente reducción de la condena del ex presidente. La opción era apostar por un vehículo que permitiera que cumpla el último tramo de la condena impuesta en su propia casa. Fue una mala idea además pasar por tan por encima de las víctimas como se les pasó por encima. Casi 20 años después de la transición del año 2000 a nadie tendría que haberle costado un verdadero esfuerzo reconocer que los hijos y los deudos de las víctimas merecen ser tomados en cuenta. merecen ser reparados y merecen que alguien del otro lado de la orilla reconozca su dolor.
Seré honesto personalmente. En 1991 yo fui testigo del encuentro de Luis Delgado Aparicio, fujimorista sin duda, con Cronwell Castillo, padre de un desaparecido por acción de las fuerzas de seguridad en los años 90. Ronald Gamarra estaba conmigo. Sin duda Cronwell también. Y todos nosotros estábamos con Luis, cuando decidió consolar sufrir un poco con Cronwell. Luis sin duda recuerda esto, y ocurrió antes de la tragedia que aún hoy enluta a su familia.
No pretendan entonces que sentir no es posible. Y que no forma una plataforma que nos permita salir de esto.
Mencionaré otros tres nombres: Martha Chávez, Luz Salgado y María Cuculiza. ¿De verdad a personas como ustedes les habría costado terminar con esto de otra forma?
Salvo por la perversión encarnada de un tal VM que no le encuentro espacio en este recuento de alternativas (posiblemente esté aun hoy cargado de Glostora y use camisetas de seda) ¿Nos cuesta tanto terminar con esta historia?
Si el fujimorismo “antiguo” revisa estos antecedentes y nota la dimensión de los errores que cometieron aquí, entonces, tal vez, sólo tal vez, pueda abrirse el espacio que permitan que, lejos de Keiko, formen el germen de una derecha conservadora menos obtusa, más abierta hacia los principios básicos del sistema republicano que pueda, al menos mínimamente dialogar con los demás.
Pero entonces deben romper amarras ya mismo.
Ahora, está solo es una especulación libre sobre algo que no sé si pueda ocurrir.
Yo pude entrevistarme con una de las principales representantes de las víctimas de Barrios Altos y La Cantuta en el verano pasado, después del indulto. Y en su sentido testimonio escuche la voz de un colectivo que antes de diciembre estaba ya tomando parte de un debate que la arrogancia del Presidente de entonces no nos permitió desarrollar como comunidad.
¿Podemos retomar la discusión sin esa tendencia a destrozarnos que ahora nos impregna e inmoviliza? Lampadia