Luis García Miró Elguera
Expreso, 11 de octubre de 2017
La noticia fue estremecedora. “Gody y Lila han muerto. Cayeron de la escalera de su casa”. A los noventa y dos años él y noventa y seis ella, acababa así la historia de una pareja extraordinaria. Él, un insondable humanista y eximio artista; y ella, una genial y entusiasta personalidad. Juntos sellaban la idolatría del uno por el otro. Inseparables desde que se conocieron hasta que desaparecieron unidos. La trágica muerte de su hijo Lorenzo cambió la vida de Szyszlo. Adquirió un sesgo doloroso y melancólico que supo sobrellevar con profunda entereza.
Fernando de Szyszlo, el ser humano, fue una persona privilegiada y a la vez sencilla. Dotado de una desbordante sensibilidad y de una aplastante inteligencia, guió su vida ejemplarmente. Alcanzó el cenit con esa pintura pletórica de simbolismos que sólo él supo conjugar con el colorido y las formas abstractas que lo llevaron a conquistar las galerías, las colecciones y los museos más reputados en varias partes del mundo. Fue un artista de avanzada, sumamente prolífico, pero a la vez sólido y ajeno a toda suerte de estridencias. En interviú a un diario local declaró: “Mi pintura es una mezcla como todas. Nació de la pintura de comienzos del siglo XX de Picasso, Matisse. Ellos fueron los primeros que descubrieron el interés del arte precolombino y lo acercaron al arte primitivo”. En aquella misma entrevista confesó lo siguiente: “Llevo 90 años peleando, pintando, opinando, viviendo, gozando, sufriendo. Así es la vida.” Así era su vida. Una existencia intensa, preñada de una aleación de sentimientos superiores que forjaron una personalidad tan distinguida y a la vez tolerante como fue la de Szyszlo.
Simultáneamente Szyszlo –como se le conoció en el mundo de la inteliggentsia, la pintura, cultura, academia y hasta en la política- dedicó parte de su tiempo a sentar cátedra con voz autorizada y palabra precisa. Un verbo filudo y a la vez terso que, tan igual como su obra pictórica, le permitía transmitir su lucidez a todos los públicos con esa sagacidad tan compleja de alcanzar. Gody, para sus amigos, fue una personalidad entrañable, sobria, cercana, perspicaz, atinada, discreta, condescendiente, dialogante. Pero sobre todo, una celebridad entretenida por su deliciosa conversación salpicada de anécdotas y citas textuales –recordadas gracias a su prodigiosa memoria- que magistralmente matizaban sus precisas intervenciones. Szyszlo fue, asimismo, un intenso y empedernido amante del Perú, siempre valiente para defender sus ideas sin ofender a las personas con quienes discrepaba. Sus comentarios sobre política fueron igualmente oportunos, serios, honestos y vertebrales para resolver situaciones que dificultaban la vida nacional. Tuvo fugaz, aunque determinante, participación en la vida política como fundador del Movimiento Libertad, tras lo cual no cejó de defender los ideales liberales plasmados por su amigo Mario Vargas Llosa.
En su último libro, “La Vida sin Dueño”, escribió este párrafo que lo pinta a cabalidad: “Para que la vida cobre valor hace falta la contraposición de la muerte, del fin de todo. Y el arte es una protesta contra la muerte.” Te extrañaremos siempre, querido Gody.