Manuel Ortega Deza
Para LAMPADIA
La recurrente crisis política ha sumido a la sociedad en una inestabilidad permanente y a ella se ha sumado una terrible crisis sanitaria y económica. Quizá la peor sea la que hoy enfrentamos, reflejada en todas las instancias, con la pérdida de valores que sufre nuestra sociedad, situación que solo será revertida si cada uno de nosotros, desde su espacio amplio o limitado de influencia, es capaz de participar de un cambio, a través del ejemplo y compromiso por ser mejores. Es en los momentos inciertos y de angustia, donde el temple debe sacar lo mejor de nosotros para enfrentar las amenazas que se presentan.
Nuestra sociedad ha enfrentado el terror y fue vencido militarmente, pero se dejó el terreno de la lucha ideológica libre, para que el enemigo encontrara en él un campo fértil para mantenerse activo, reagruparse, reciclarse y volver a la escena. De eso somos responsables. No es posible que el solo cumplimiento de una sentencia, permita en crímenes como el terrorismo, que un convicto recupere sus plenos derechos. El terrorismo debiera significar la “muerte civil”. Un terrorista como lo expresó, con soberbia actitud, Abimael Guzmán al momento de su captura, mantiene sus ideas e intenciones. Es inconcebible que quien asumió el terror como práctica política, se desempeñe como profesor, congresista, o funcionario público, precisamente en las instituciones del estado al que pretendió destruir y en el que no cree. Y como no creyó en ese estado, se levantó en armas, asaltó, asesinó y realizó ejecuciones en nombre de “su verdad”.
Estamos fallando como sociedad, olvidando el pasado sin recordárselo a las nuevas generaciones, permitiendo que nuestras leyes no impidan que esos mismos asesinos que pretendieron destruir a la sociedad, ahora se inserten en las principales instituciones, sin la seguridad que sus propósitos hayan cambiado y que, con distinta estrategia, vuelvan a poner en jaque a la sociedad. Paralelamente y no por casualidad, en los últimos años, se ha pretendido minimizar la labor de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, arrinconándola, desmotivándola, maltratándola y, ante ello, la mayoría de la sociedad civil ha permaneciendo indiferente y silente, cuando es de ciudadanos responsables respetar, agradecer y respaldarlas.
Indigna y sorprende que algunos próximos congresistas electos, arrastren su pasado terrorista al Congreso de la República. En ese mismo Congreso, y en todos los escenarios donde sea necesario, habrá que dar la batalla ideológica y si bien esa es una tarea que compete a todos los ciudadanos que creen en la libertad y en la democracia, en el palacio legislativo cumplirán con el reto de enfrentarlos dos vicealmirantes y dos generales de notable trayectoria y capacidad, junto con otros pocos congresistas. Nuevamente el Perú cuenta con ellos y sin duda, una vez más, responderán a la altura de las circunstancias. Son cuatro oficiales, que llegaron a las máximas instancias de sus carreras dentro de sus instituciones, con liderazgo y experiencia para enfrentar esta amenaza encubierta y cada vez más desembozada. Necesitamos líderes que sean capaces de movilizar a toda la ciudadanía, a los jóvenes, profesionales, emprendedores, agricultores, empresarios, a los hombres y mujeres y en general al conjunto de la población nacional urbana y rural, dejando de lado frustraciones y desengaños, los rencores y antipatías. Urge que los nuevos líderes representen los valores básicos de la condición humana y una doctrina que sea el amor al Perú. Así podremos construir el futuro sobre nuestras fortalezas, convirtiendo nuestras debilidades en nuevos impulsos creativos. Ahora está en cada uno de nosotros decidir el futuro, apoyando nuestras acciones en la fortaleza de nuestras propias convicciones por la libertad y los valores democráticos. Lampadia