Jorge Morelli
Gestión, 4 de setiembre de 2016
El Gobierno pepekausista es de una ingenuidad conmovedora. Ahora no se le ha ocurrido nada mejor que reclutar como aliados a los gobiernos regionales para lo que, por lo visto, considera la madre de todas las batallas, el pedido de facultades al Congreso.
Solo que esa no solo no es la madre de todas las batallas sino que es una batalla que no necesita. Una que, además, no puede ganar sino convenciendo por las buenas al Congreso.
Los gobiernos regionales, con todo respeto, salen sobrando en ese cortejo nupcial. Y les convendría, además, abstenerse de tomar partido. No hay que olvidar que es el Congreso y no el Ejecutivo, después de todo, el que aprueba la ley de Presupuesto y asigna las partidas a las regiones.
Convencer al Congreso, de otra parte, pasa por convencer primero a la opinión pública. Si el pedido de facultades tiene razón, y la opinión pública, por así decir, lo compra, el Congreso no levará el puente ni se atrincherará tras los muros a la espera de un asedio tan inútil como innecesario.
Pero el Gobierno no le ha vendido hasta ahora el pedido a la opinión pública. No ha podido hacerlo porque no ha hallado las palabras. Y no las halla porque, básicamente, el pedido de facultades no es necesario.
Lo necesario es que la opinión pública participe y se involucre en las reformas que el país necesita. Reducir la pobreza -o al menos impedir que buena parte de la nueva clase media recaiga en la pobreza- es importante. Formalizar la economía y el empleo es indispensable.
Mantener el dispendio actual en los programas sociales, sin embargo, no va a reducir la pobreza. Lo que reducirá la pobreza es el crecimiento de la economía. Igualmente, bajar los impuestos no va a avanzar la formalización. Lo que la hará avanzar es el crecimiento de la economía.
Desgraciadamente, en este momento, el crecimiento de la economía no depende del Gobierno. Depende de la inversión privada. No importa lo que el Gobierno intente, no hará ninguna diferencia por la vía de la inversión pública salvo para empeorear las cosas si apuesta temerariamente y pierde, como está haciendo.
PPK no lo ignora. Por eso viaja a China, a buscar una inversión masiva en refinerías de cobre en el Perú. Pero esas refinerías dependen del Gasoducto del Sur. Y este acaba de sufrir un golpe mortal. En efecto, siete años atrás, el megaproyecto de 7,500 millones de dólares era uno de 1,300 millones de dólares. ¿Cómo es que, entre García y Humala, se convirtió en casi seis veces más caro? Alguien va a tener que explicar esto. Y, mientras tanto, ¿la obra va a continuar? ¿El comprador de la parte de Odebrecht en el proyecto no va a preguntar qué me han vendido? Al menos en el corto plazo, el megaproyecto se va a ahogar en un mar de investigaciones y procesos arbitrales y penales.
El crecimiento de la economía, por lo tanto, no va a venir de allí. Al menos no por ahora. Puede venir, en cambio, de la inversión en los grandes proyectos mineros.
Pero bajo la condición de un rediseño de la relación del país con las comunidades. De las comunidades andinas y amazónicas con las empresas mineras y energéticas nacionales y extranjeras, hasta conseguir retomar la inversión que estaba en camino cuando el gobierno humalista la arruinó con sus pusilánimes vacilaciones.
Se dirá que fueron los precios. No es cierto. La caída de los precios era solo el reto ante el que el Perú pudo y debió reaccionar. No lo hizo, porque el humalismo fracasó ante él. Eso es todo.
El Gobierno actual, sin embargo, está equivocando de medio a medio su estrategia frente al problema del crecimiento. Para relanzarlo debió reclutar al Congreso en la construcción de una nueva política pública para abordar y resolver, de una vez y para siempre, los conflictos entre comunidades y empresas que el radicalismo instrumenta para sus fines y que paraliza de temor a los gobiernos regionales. En vez de eso, no obstante, recluta a los gobiernos regionales para ir a una batalla con el Congreso sobre unas facultades que no necesita.
Aún puede hacerlo. Dispone para ello de la ventana de oportunidad que le da el hecho de que los precios del oro aún suben y los del cobre ya no bajan, gracias a que la política monetaria de EE.UU. se ve impedida por el momento de subir las tasas de interés durante el proceso electoral norteamericano y, con algo de suerte, quizás tampoco lo haga, por un buen tiempo, después de inaugurado el nuevo gobierno estadounidense.
Este es un verano de San Juan y puede no durar. Y, en vez de aprovecharlo, el Gobierno lo desperdicia en una batalla superflua por unas facultades que no necesitará cuando llegue el invierno. Lo que se necesita es pensar en grande, dejar de confrontar al Congreso y ganarse, ante los ojos de todo el país, su aprecio y su respeto.