Qué pretensión pensar que solo las vacunas occidentales funcionan.
Florence Thomas
El Tiempo Bogotá
17 de agosto 2021
Vaya uno a saber qué hacen los dioses con nuestros destinos. A esta francesa le toco Sinovac, la vacuna china que fue pionera por estas tierras cundiboyacenses. Está bien, me dije: los rangos de protección son altos, fue avalada por la OMS y me siento muy bien inmunizada. Deseosa de visitar a uno de mis hermanos enfermo al que no he visto desde hace dos años (tiene 86 años), decidí comprar un tiquete para Francia con fecha del primero de septiembre.
Francesa, con el pasaporte europeo de siempre, empezó el karma: supe, leyendo un anuncio de la Embajada francesa, que con esta vacuna soy una paria para mi tierra. Pues la vacuna china no vale para Francia. Es decir, a la llegada al aeropuerto en París, con Sinovac, es como si yo no estuviera vacunada. Y ahí empieza el baile: prueba PCR antes de llegar, PCR después de llegar, espera en el aeropuerto de varias horas (tengo 78 años) y estricto confinamiento de 10 días.
Pero eso no es todo. Al no tener derecho al famoso ‘pase sanitario’, no puedo entrar a un restaurante, ni tomar un tren, ni ir a una piscina ni sentarme en un café, etc. Es decir, soy una paria. Difícil entender ese hecho más que absurdo. Y la medida se extiende por toda Europa.
Ahí comienzo a sopesar el asunto. La Embajada no tiene solución para mí, pues las reglas son esas y punto. Y esta francesa entonces no puede viajar. Mejor dicho, puede viajar, pero como una ladrona que habría que vigilar. O, peor, como una viejita antivacuna o qué sé yo.
Con tiquete ya comprado y con los ánimos por el piso, tengo la sensación de que estoy viviendo en un mundo que ya no entiendo. Una amiga me pinta la solución: irme tres días a Nueva York o Miami para que me vacunen con otro biológico, este sí reconocido por esos burócratas de la Comunidad Europea. Es algo así como si fuera un refuerzo de las dos vacunas que ya tengo. Investigo la cosa, y científicamente podría resultar. Me dicen que en EE. UU. vacunan en todas partes sin pedir absolutamente nada a nadie, cosa que procedo a verificar. Me tocaría obligatoriamente que sea con la vacuna de una sola dosis, pues no me voy a quedar mucho tiempo; me urge viajar a Francia. Y entonces, alguien me advierte que Estados Unidos tiene cerrada su frontera para todos los europeos. El riesgo es alto y no me veo discutiendo en la inmigración norteamericana que, en realidad, vivo en Colombia.
Con esta vacuna soy una paria para mi tierra. Pues la vacuna china no vale para Francia. Es decir, a la llegada al aeropuerto en París, con Sinovac, es como si yo no estuviera vacunada.
Aborto el plan gringo y comienzo a pensar que, muy a lo colombiano, me arriesgaré a cruzar el Atlántico con mi Sinovac y asumir las consecuencias. Después de todo, vivo en un país donde las reglas se hacen para acatarlas, pero no cumplirlas. Me digo a mí misma que la posibilidad de que un policía vigile mi acuartelamiento día y noche puede ser improbable. Pero si sucede, cargo con toda la experiencia colombiana para mamar gallo. Estaba comprando el pan, señor agente. Tenía que ir a la farmacia para mi hermano, etc.
Con Sinovac o sin vacuna entro a mi tierra, y punto. Qué pretensión pensar que solo las vacunas occidentales funcionan. Y qué capacidad para volver un problema geopolítico (la rivalidad China-Europa) un asunto que nos hace la vida complicada y absurda. De hecho, estoy más inmunizada que miles de franceses que no se quieren vacunar. Y debería poder saborear un café en la barra del bar de la esquina donde vive mi hermano al que tanto ansío ver.