Jorge Morelli
Blog de Jorge Morelli, 05 de agosto de 2016
Los gobiernos nuevos tienden a padecer de adanismo. Es decir, de la convicción de que toda la creación no ha tenido otro propósito que venir a desembocar en su llegada al poder.
Sobreestiman, por lo tanto, sus capacidades y se dejan llevar fácilmente por la fantasía de apilar planes sofisticados y complejos como si fueran cosa de romper huevos y hacer tortillas hasta que un día, chapoteando en medio de un mar de ilusiones ya descoloridas, descubren que no han cambiado en la realidad casi nada. Nada, en verdad.
Por eso, cada gobierno que promete refundar al Perú suena a los oídos del público como una lata vacía, porque eso ya se ha oído antes muchas veces y escucharlo de nuevo solo suscita desconfianza del buen juicio de los recién llegados al gobierno.
El Estado peruano es en en cierto modo un elefante mal entrenado, que hace lo que le da la gana. Lejos de decirle por dónde debe ir, el que va montado en él con frecuencia se da por bien servido con mantenerse encima. Por esa razón, quien recién entra al gobierno debería ser muy cuidadoso, muy austero, muy serio con lo que propone, o la ciudadanía –que sabe muy bien del tamaño del animal- pronto concluirá que el flamante novato no sabe dónde se ha metido.
Desde luego, el gobierno pepekausista no es excepción. En su primera semana de gobierno es largo el empedrado de sus buenas intenciones, sin advertir que son las mismas de otros gobiernos anteriores que invariablemente cometieron también el error de cantar primero para no poner luego ningún huevo.
Por eso hay que mirar lo que el nuevo gobierno hace y no lo que dice. Y en lo que hace basta una ojeada para advertir que lo que ocurre con los nombramientos de los altos funcionarios es un enroque: el viceministro de acá pasa a secretario general de allá y viceversa. El gobierno no tiene gente. Eso lleva a algunos a concluir que es la continuidad del humalismo.
En realidad, la situación es peor. El gobierno no parece darse cuenta de que lo que define las cosas es quién las hace. Y que el que antes hizo, como el elefante, seguirá haciendo lo mismo no importa cuál sea la filosofía del gobierno entrante.
El gobierno, entonces, renuncia a sus fines a causa de los medios que elige.
Lampadia