Siempre y de cuando en cuando, consideramos que es importante avistar los contenidos que genera la prensa internacional en torno al Perú, porque nos dan una idea de la imagen que se tiene de nuestro país en el exterior en términos de desafíos y oportunidades, sobre todo a la luz de las buenas prácticas de política pública implementadas en el mundo desarrollado.
En esta ocasión, queremos compartir un artículo de The Economist (ver líneas abajo) en el que se le llama la atención al Estado peruano por su poco accionar para aprovechar el enorme potencial cultural y turístico que cuentan dos de nuestros regiones de la costa norte de nuestro país, La Libertad y Lambayaque.
Al respecto, se centra en cómo, desde el descubrimiento de la cultura Mochica en 1987- a partir del hallazgo de los restos de quien fuera su máximo gobernante, el Señor de Sipán- la falta de prevención y atención por parte de las autoridades competentes para atender las sendas brechas de infraestructura producidas por el Fenómeno del Niño en las ciudades de Chiclayo y Trujillo, han limitado la afluencia de turistas, cuya mayoría siguen siendo peruanos.
Ello, aunado a las penosas condiciones de salubridad de las carreteras, por las descomunales cantidades de basura que pululan en ella, y la poca competencia de buenos hoteles, desincentivan cualquier interés de visitar la tumba, ya no solo del Señor de Sipán sino también de la Dama de Cao, descubierta en zonas aledañas a la ciudad de Trujillo en 2005.
Esta es pues una llamada de atención que no solo aplicaría a este caso particular, en las regiones anteriormente mencionadas, ya que puede ser extrapolado a otras regiones de nuestro país, que, por las pésimas condiciones de infraestructura en las que se encuentran, principalmente falta de conectividad (carreteras, puentes, caminos), se limita fuertemente la llegada de turistas. Ahí están los casos de la Fórtaleza de Kuelap en Amazonas, los restos arqueológicos de Rúpac en Lima, entre otros.
Si bien existen esfuerzos para potenciar el turismo en regiones estratégicas como el Cuzco, el impulso sigue siendo centralista y muy desigual entre regiones, lo cual refleja una falta de compromiso por parte del Estado para exponer los 100,000 sitios arqueológicos que a la fecha se han descubierto en nuestro país.
Y cuando decimos impulso nos referimos a garantizar las condiciones de infraestructura, salubridad y seguridad básicas para que agencias turísticas, restaurantes, empresas de turismo vivencial y demás negocios arraigado al sector puedan operar en condiciones normales, y que de esta manera, pueda surgir el mercado.
No es posible que, con la enorme diversidad de fauna y flora, la infinidad de restos arqueológicos y los innumerables hermosos paisajes con los que cuenta el territorio peruano, apenas pueda aglutinar poco más de 4 millones de turistas al año y México ya esté rondando los 39 millones.
Más aún cuando levantamos las banderas de la diversificación productiva y de la posibilidad de desarrollar sectores de mayor valor agregado, es hasta irrisorio no considerar al sector turismo como un candidato a potenciar, al ser además un importante generador de divisas y de empleo formal y adecuado fuera de la capital.
Otro aspecto importante que inhibe el desarrollo de nuestra oferta es el prejuicio contra la participación del sector privado en la puesta en valor y operación de nuestros monumentos.
Como bien indica The Economist en el mencionado artículo “Pero las disfunciones del Perú moderno le impiden obtener el máximo beneficio de los nuevos hallazgos”. Esperemos pues que dichas disfunciones puedan ser superadas y nuestros gobernantes puedan sentar las condiciones para un desarrollo más integral del sector, de manera que las regiones puedan no solo disfrutar de sus beneficios económicos, sino también tener una mayor exposición en el turismo internacional. Lampadia
Descubriendo los esplendores desatendidos del Perú
El país no aprovecha al máximo sus recientes hallazgos arqueológicos
The Economist
28 de febrero, 2019
Traducido y glosado por Lampadia
Una noche de 1987, la policía despertó a Walter Alva, un arqueólogo peruano, y lo invitó a que inspeccionara algunos objetos de oro robados. La ocasión llevaría a Alva a descubrir la tumba intacta de un gobernante de la civilización Mochica (o Moche), a quien llamó Señor de Sipán. Contenía los atuendos completos del señor, con corazas y coronas de oro, exquisitas piezas para la nariz y las orejas y un collar único de gigantescos cacahuetes de oro y plata.
Fue el inicio de una revolución arqueológica en el norte del Perú. Desde entonces, los templos Mochica, construidos con barro reforzado con grava y conchas, se han desenterrado en Huaca de la Luna, cerca de la ciudad colonial de Trujillo. Están decorados con frisos en relieve y pintados de colores de las deidades de los caudillos de la guerra y los prisioneros atados. En 2005, en un sitio llamado El Brujo, Régulo Franco, otro arqueólogo, encontró una tumba casi tan rica como la de Sipán, pero de una mujer, ahora conocida como la Dama de Cao.
Estos descubrimientos subrayan que el antiguo Perú fue una de media docena de cunas de civilización. Sigue siendo un lugar creativo, como lo demuestra su auge gastronómico. Pero las disfunciones del Perú moderno le impiden obtener el máximo beneficio de los nuevos hallazgos.
Los Mochicas prosperaron alrededor del año 100 a 600 d.C., irrigando los valles del desierto costero. La suya fue quizás la más artística de las culturas antiguas del Perú, mucho más que el imperio incaico, mucho más tardía. Además de su destreza metalúrgica, eran hábiles alfareros, que producían vasijas esculpidas y jarras con pico de estribo en las que registraron sus semejanzas, vidas, deidades de animales y ceremonias religiosas. Gracias a los recientes descubrimientos de tumbas, ahora está claro que algunas de estas representaciones retratan con precisión a sacerdotes y gobernantes.
Aunque las ollas y los frisos describen la guerra y el sacrificio humano, los arqueólogos ahora creen que estos fueron rituales para aplacar a las deidades de un pueblo extremadamente vulnerable a la sequía y las inundaciones. “No hay fortalezas Mochica, hay templos”, dice Ricardo Morales, de la Universidad de Trujillo, quien dirige el sitio de Huaca de la Luna. Los estudios recientes también sugieren que no había un super-estado Mochica, sino una colección de señoríos locales en cada valle, unidos por una ideología e iconografía religiosa común. Encontrar a la Dama de Cao «cambió nuestra concepción del poder en el antiguo Perú», y el papel de las mujeres dentro de él, señala Franco.
Los tesoros de Sipán se exhiben en un magnífico museo, dirigido por Alva, en una ciudad cercana [Chiclayo]. Hay museos de sitio en el lugar en Huaca de la Luna y El Brujo, ambos administrados por fundaciones sin fines de lucro. Representan una especie de milagro. Durante décadas, los lugareños vivieron de asaltos a tumbas y los tesoros de Perú se derritieron o se vendieron en un mercado negro internacional. El país tiene alrededor de 100,000 sitios arqueológicos. Es imposible vigilarlos a todos.
Aunque los fondos siempre son escasos, los arqueólogos están tratando de ganarse a los locales. Morales dice que ve a la Huaca de la Luna como un «polo de desarrollo». Su proyecto emplea a 38 empleados, mientras que otros 98 venden artesanías a los visitantes. Perú está desarrollando habilidades arqueológicas. Mientras que muchos de los artefactos de Sipán fueron enviados a Alemania para su conservación, esto se realizó en el sitio para la Dama de Cao. Los arqueólogos dicen que el mayor impacto de sus descubrimientos es sobre la autoestima de los peruanos. «No había un héroe nativo», dice Alva. Ahora hay varios. En el pueblo al lado de El Brujo, se está realizando una prueba de ADN para ver si los residentes descienden de la Dama de Cao.
El número de visitantes está aumentando, pero sigue siendo bajo. El museo de Sipán recibió 198,000 el año pasado, en su mayoría peruanos. A pesar de la reciente descentralización, el Perú gira en torno a Lima. El gobierno promueve los sitios incas de Cusco y Machu Picchu, aunque están saturados de turistas (1.4m fueron a Machu Picchu en 2017). Las carreteras en el norte son vulnerables a las inundaciones de El Niño que ayudaron a acabar con la civilización Mochica. Debido a un puente dañado, el autobús más rápido entre Trujillo y Chiclayo, las dos ciudades principales, tarda casi cinco horas en recorrer 200 km (125 millas). Hay pocos buenos hoteles. La incompetencia oficial deja los caminos cubiertos de basura.
Sin embargo, desde la cima del monte del templo en El Brujo, la vista es impresionante: los rompientes del Pacífico, el desierto y los campos de caña de azúcar que se extienden hasta las estribaciones de los Andes. Los gallinazos se deslizan por encima. Los arqueólogos han revelado que lo que una vez parecían colinas del desierto eran los templos en rampa, decorados y llenos de tumbas de una de las civilizaciones primitivas más sofisticadas del mundo. Merecen ser mucho más conocidos. Lampadia