Dante Bobadilla
El Pollo Farsante
28 de septiembre de 2021
Fernán Altuve ha sentenciado que la derecha carece de capacidad de autocrítica. Pero ¿a qué derecha se refiere? Si nos ha pasado lo que hoy vivimos, es porque nunca hubo una derecha frontal y decidida. Apenas una derecha cobarde y acomplejada, que se niega a sí misma; otra, cucufata y autista, que se pasa la vida en el activismo cristiano, sin ir más allá de sus causas de fe. No existe una derecha ideológica, ni siquiera liberal. Los pocos que se pintan como liberales son solo liberales en lo económico, pero conservadores en todo lo demás. Es decir, no hay quien le responda a la izquierda en el terreno ideológico ni en el discurso político.
Recordemos que, en el 2016, cuando creímos tener una final de derecha, tanto Keiko como PPK se definieron de «centroizquierda». Al final, PPK, que era identificado como de derecha extrema, acabó abrazándose y besuqueándose con la izquierda, lo que generó el trauma histórico que vivimos desde entonces. Fue una traición de la derecha a la derecha en toda la línea, pero que se sumaba a otras de ese tipo, como la de Lourdes Flores rindiéndole homenaje a Javier Diez Canseco o apoyando decididamente a Susana Villarán, como una progresista más. Gestos burdos que la izquierda jamás tendría con la derecha. ¿En serio tenemos derecha?
Rafael López Aliaga, señalado como de «ultraderecha», declaró a la prensa en la campaña: «Estamos más cerca de la izquierda que de la derecha». Y casi corre a abrazarse con Pedro Castillo tras la primera vuelta. En el 2011, Keiko Fujimori se fue hasta Harvard para claudicar ante la caviarada y aceptar como fuente de la verdad histórica el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que señala a su padre como un dictador, corrupto y genocida, entre otros epítetos, y que es además la biblia del antifujimorismo. Es decir, tenemos una derecha boba que no sabe dónde está parada.
Frente a este desolador panorama de la derecha, no cabe culpar a los empresarios por no apostar por la política. Mencióneme un solo político o partido que haya sacado cara por el sector empresarial sin miedo y en voz alta. ¿Qué partido ha hecho de la defensa de la empresa privada su bandera política? Ninguno. Al contrario, todos se compran el discurso izquierdista de la defensa de los trabajadores, asumiendo que eso significa combatir al empresariado y llenarlo de cargas sociales. El único apoyo que muestran —con harto cinismo— es al microempresario o al «emprendedor», es decir, al que se las tiene que buscar por su cuenta ante la falta de empleo formal en un mercado laboral saturado de sobrecostos.
Es cierto que no resulta fácil comprarse el pleito si no se está preparado para la batalla. La izquierda no solo es mendaz y agresiva, sino lapidaria. Si un partido se opone a leyes bobas, como la de los octógonos, que crea más sobrecostos al sector industrial sin ningún beneficio real o significativo en la salud pública, la izquierda lo acusará —como lo hicieron— de estar devolviéndoles el favor a las empresas que lo financiaron en la campaña. Así es cómo han arrinconado a la derecha y la han vuelto temerosa. Incluso le cuelgan la etiqueta de «proempresario» y la derecha se acobarda, como si eso fuera un estigma y no un valor.
Así, pues, este país anda cojo. Todo está inclinado hacia la izquierda. No existe contrapeso político y mucho menos ideológico. Los partidos que no son de izquierda simplemente no son nada, como Alianza para el Progreso. O terminan en la izquierda, como Acción Popular. O apoyando proyectos de izquierda, como Fuerza Popular. Como consecuencia, tenemos una cultura antiempresarial y pro-Estado. Odian a las AFP solo por ser privadas. Nunca les interesaron las pensiones hasta que aparecieron las AFP, y desde entonces se han pasado la vida combatiéndolas y reformando el sistema privado de pensiones sin tocar la ONP. Tampoco les importa el desastre que es EsSalud, ya que está en manos del Estado. La guerra siempre es contra las clínicas privadas.
¿Qué futuro puede tener un país sin derecha, o con una derecha cobarde y acomplejada, o una derecha cucufata dedicada a sus propias cruzadas? Es por eso que en el Perú lo único que crece es el Estado y priman los valores de izquierda, como la igualdad, la inclusión, los derechos sociales, la memoria, etc. Hasta los empresarios se compran ese discurso. Por todo esto, no debe sorprendernos que el relato caviar sobre el «período de violencia» haya prevalecido y convencido a las últimas generaciones de que Alberto Fujimori es el monstruo que deben odiar, mientras ignoran quién fue Abimael Guzmán y Sendero Luminoso. Lampadia