Según ‘El País de Madrid’, América Latina avanza a dos velocidades: “La Alianza del Pacífico aparece mejor preparada que Mercosur para capear el fin de un decenio de bonanza económica en la región”. Bonanza ya es un decir, porque mucho indica que este año marca una inflexión en la tendencia que ha favorecido en general las economías emergentes, dada la retracción en el mundo desarrollado y el consiguiente desplazamiento de capitales. En recuperación, lenta pero recuperación, la balanza regresa a su estado tradicional, desde cuando la Reserva Federal en EE. UU. anunció la terminación inminente de su auxilio monetario, señal de que el paciente convalece fuera de peligro.
No es novedad, es su debilidad crónica, que la región dependa de circunstancias de las economías ricas, del flujo sin hígados de la inversión extranjera y de oscilación en la demanda de materia prima; la dependencia es la inercia que se ha roto solo excepcionalmente, confirmada hoy por efectos de la disminución de la demanda de China, cuya presencia en Latinoamérica es creciente, tanto que se habla de un ‘consenso de las materias primas’, sur-sur, en lugar del consenso de Washington, que marcó las relaciones regionales norte- sur. Hay grados en el impacto de tales cambios, según la disciplina fiscal de cada país o la prudencia de su endeudamiento, que es una diferencia entre los dos bloques regionales a que apunta el diario español; el crecimiento de la Alianza es superior entre 3 y 4% al de Mercosur, no obstante contar con Brasil, Argentina y Venezuela, los tres hoy en dificultades. Una explicación es que en un bloque prima el realismo frente a la globalidad y el protagonismo empresarial, mientras en el otro lo hace la ideología, que impone restricciones a la competitividad; no obstante, se reconoce que el asistencialismo de Mercosur ha aliviado la miseria, mas no la desigualdad de la zona, la mayor del mundo.
La necesidad de importar modelos, el fondo del problema, es el dolor de cabeza inherente al subdesarrollo que ha promovido discursos, movimientos, ilusiones y desengaños; también, tragedias latinomericanas, sin que siquiera haya nitidez, unidad ni menos autonomía frente al atraso. Así es desde cuando la posguerra dio prioridad a la estructura socioeconómica mundial y provocó la oscilación a ultranza entre capitalismo y estatismo, gradualidad o la revolución, cuya caracterización sigue encendiendo la discusión alrededor, por ejemplo, de cuántos modelos alternativos les deben a conmociones prototípicas –rusa, norteamericana, francesa, cubana–; eso muestra que los estereotipos determinan actitud o pensamiento dependientes, pista indispensable cuando el país asume entender su experimentación con toda clase de modelos, incluidos varios insurreccionales, todos en común encaminados a la modernización autónoma de su desarrollo.