Jaime de Althaus
Para Lampadia
La elección de un Congreso por separado, sin que se elija simultáneamente al presidente de la República, ha expuesto más claramente que nunca la disfuncionalidad de nuestro sistema electoral, que requiere urgente reforma para no repetir el problema el 2021.
Todos vemos la proliferación candidatos cada uno con su propia propuesta. La tarea de escoger uno dos candidatos o un partido en medio de los casi 800 candidatos que hay en Lima, con una multiplicación al infinito de ofertas disímiles, se vuelve imposible. Nadie puede escuchar a 800 candidatos. Ni siquiera a 50, o a 20. Ninguna democracia puede funcionar así. Por eso alrededor del 60% de los ciudadanos declaran que no saben por quién van a votar o que van a viciar su voto. Y por eso el Congreso en realidad no representa a nadie. No representa nada.
Esto es consecuencia del voto preferencial en distritos plurinominales, multiplicado por el elevado número de partidos. El voto preferencial ya es un problema en las elecciones presidenciales, porque distorsiona el mensaje del candidato presidencial, que se ve diluido en medio de cientos de mensajes distintos de los candidatos al Congreso. Pero por lo menos en una elección presidencial hay un mensaje central, que es precisamente el del candidato a la primera magistratura.
En esta elección, en la que no hay competencia presidencial, deberíamos esperar que cada lista congresal presente una propuesta legislativa única. Pero solo 5 o 6 de los 22 partidos participantes han formulado una agenda legislativa. La más elaborada y detallada es la del Partido Morado, que ha ofrecido 44 propuestas, pero ninguna a nivel de proyecto de ley. Los otros (PPC, Acción Popular, Frente Amplio, Juntos por el Perú principalmente, y algunos otros) han planteado lineamientos o grandes ejes o temas, con mayor o menos grado de desagregación. Pero en todos los casos los candidatos de esas agrupaciones exponen sus propios proyectos, muchas veces divorciados de los lineamientos generales del partido.
De esa manera, ningún elector puede orientarse en esa selva de ofertas. Es imposible. El sistema tiene que cambiar. Lo primero es eliminar de una vez por todas el voto preferencial, y canjearlo por distritos electorales pequeños, donde se elija solo a uno o dos representantes. El mejor voto preferencial es el que se da en un distrito uninominal, donde se elige a un representante, con el que, además, se puede establecer una relación. Y lo segundo es reducir el número de partidos que participan. De esa manera, si el distrito fuera uninominal, el elector elige entre 6 o 7 candidatos (si hubiera 6 o 7 partidos), y no entre cerca de 800 como es ahora en el caso de Lima (36 x 21).
Una elección como esa sí tiene sentido y es viable. Por lo demás, los candidatos no tendrían que diferenciarse de otros de su propia lista porque ya no compiten con ellos, sino contra los candidatos de otras listas. Entonces el mensaje de los postulantes de cada partido tenderá a unificarse, y por lo tanto los electores podrán diferenciar entre un número pequeño de propuestas generales.
La democracia, entonces, se vuelve inteligible y mucho más real. Ahora bien, si creamos distritos electorales pequeños, uni o bi-personales, ello debería hacerse en la cámara de diputados, eligiendo la de Senadores en distritos macrorregionales, para equilibrar allí el efecto de sobrerepresentación que producen los distritos pequeños. El restablecimiento de la bicameralidad sí forma parte de la oferta electoral de varios partidos en esta contienda, y es probable que ocurra.
El requisito de la reducción del número de partidos, por su parte, sí se cumplirá porque el Congreso disuelto aprobó la ley que ordena elecciones primarias universales y obligatorias estableciendo que los partidos que no obtengan en ellas una votación que supere el 1.5% del número de votantes de la elección anterior, no participan en las elecciones generales. De modo que probablemente pasen a esa etapa entre 6 y 8 partidos.
Ojalá que los novatos congresistas que serán elegidos extraigan estas mismas lecciones y no se autoengañen con la misma falacia de siempre: yo fui elegido por el voto preferencial y por lo tanto funciona. Es una falacia porque está demostrado que la votación sigue en general el orden de las listas, y el voto en distritos pequeños es, como decíamos, el voto preferencial perfecto. Lampadia