Por Dr. Fausto Salinas Lovón
Cusco Social
El cambio de autoridades de este año nos plantea un gran desafío a los ciudadanos: buscar la mejora y no solamente el cambio. Desde que concluyó la gestión tímidamente modernizadora de Carlos Valencia, la ciudad ha visto varios cambios pero ninguna mejora relevante, ya que mejorar implica progresar, prosperar, avanzar, optimizar o enriquecer y nada de eso hemos visto en las gestiones locales recientes, mucho menos en la que concluye.
Nada de lo que se ha hecho se podría calificar como mejora. Cambiar postes por faroles que no alumbran sin resolver el caótico cableado aéreo, eliminar la altura de las veredas para que el agua de las lluvias inunde los portales de la Plaza de Armas, construir puentes peatonales al lado de semáforos, construir puentes vehiculares desproporcionados encima del caos urbano, cerrar la Plaza de Armas para poner macetas, enterrar los tanques de recolección segregada de la basura que se habían instalado o peatonalizar el Centro de la Ciudad sin alternativas de transporte y estacionamiento, son más bien ejemplos de desmejora urbana y de uso ineficiente de los recursos y espacios municipales.
El progreso nos exigirá sustituir la cultura combi por un sistema de transporte masivo, limpio, segregado y a costo razonable, en el cual la combi ya no sea el protagonista autoritario que domina la ruta, sino el alimentador periférico secundario. El progreso exigirá control el transporte informal, limitar el número de taxis y cobrar por el acceso a ciertas zonas de la ciudad, al costo político que esto demande. El progreso exige un alcalde con olfato, que perciba las letrinas y muladares de la ciudad y las limpie y no pase sobre ellas en medio de pasacalles y serpentinas.
La prosperidad requiere una ciudad amigable con la inversión que aporta los recursos públicos (gas y minería) y acogedora de los turistas que generan la mayoría de los empleos y los ingresos de las pymes. Un liderazgo consciente de esta realidad económica es imprescindible y no un alcalde que sea el primero en alentar la marcha, el paro o el bloqueo que nos convierten en el pueblo problemático del país.
La optimización exige racionalizar y adelgazar el flujo vehicular y que los estacionamientos se cobren para que se usen eficientemente, en ningún caso infartar la ciudad con peatonalizaciones absurdas.
Enriquecer la ciudad supondrá facilitar la actividad económica privada agilizando las licencias, reduciendo los pasos burocráticos que alientan la coima. Sin embargo, lo más importante será tomar el liderazgo del verdadero enriquecimiento colectivo que es el desarrollo de cultura ciudadana de respeto al vecino, al transeúnte, al anciano, a los menores y a las reglas de tránsito.
Quien enfrente estos desafíos, asumiendo los costos políticos que esto exija, puede ser que nos conduzca a una mejora que logre devolver la calidad de vida a la ciudad, cuyas élites prefieren abandonarla para refugiarse en Arequipa, Lima o en el extranjero. Quien se contente con preservar el pasado y lo que es peor, lo use como coartada para disimular su incapacidad, probablemente comulgue mejor con el sentimiento mayoritario de la ciudadanía, gane las elecciones pero no mejore nada y mantenga el deterioro lamentable de la ciudad. Nuestro verdadero desafío estará en distinguir entre el mero cambio, de la verdadera mejora que nos abra paso al futuro.