Por Bjørn Lomborg
(El Comercio, 01 de octubre de 2015)
El fin de semana pasado, después de años de desarrollo, los líderes mundiales finalmente pusieron manos a la obra para establecer algunas de las prioridades más importantes para los próximos 15 años.
Está en juego US$2,5 billones en ayuda al desarrollo e incontables miles de millones en presupuestos nacionales. Desafortunadamente, a causa de la politiquería y el deseo de complacer a todos, este enorme presupuesto logrará cuatro veces menos beneficios de los que podría lograr.
Los presidentes y primeros ministros han acordado reemplazar las 18 metas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio con una increíblemente larga lista de 169 objetivos de desarrollo. Estos se conocen como los “objetivos mundiales”.
El principal problema de esta nueva lista es que tratar de priorizar 169 objetivos parece muy similar a priorizar nada.
Investigadores del Copenhagen Consensus exploraron cuánto beneficio social aportarían los objetivos, y hallaron que algunos podrían lograr un gran beneficio y otros muy poco. Distribuir dinero y energía entre todos ellos reduce el beneficio general que obtenemos.
Considere este objetivo: “Para el año 2030 garantizar que todos los alumnos adquieran los conocimientos y habilidades necesarias para promover el desarrollo sostenible, incluyendo entre otros la educación para el desarrollo sostenible y estilos de vida sustentables, derechos humanos, igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía global, y la valoración de la diversidad cultural y de la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”. Es difícil saber lo que se promete, y mucho menos cómo será implementado, monitoreado o evaluado.
El objetivo de lograr “empleo pleno y productivo, y trabajo decente para todas las mujeres y hombres” parece admirable, pero hacer del desempleo cero una política mundial es una tontería. Toda economía necesita un poco de desempleo para permitir que los trabajadores cambien de empleo. Todos los gobiernos ya están enfocados en conseguir que más personas se incorporen al trabajo. Por otra parte, los estudios muestran que esa dialéctica es utilizada por los grupos de interés para crear grandes puestos de trabajo para una minoría, mientras dejan a otros a la intemperie, empujando habitualmente a los trabajadores vulnerables de regreso a la economía informal y aumentando la pobreza. Los costos de este objetivo probablemente superen a sus beneficios.
En el otro extremo, el análisis del Copenhagen Consensus realizado por un panel que incluye varios economistas ganadores del premio Nobel, halló que hay 19 objetivos específicos dentro de los 169 que aportarían más de US$15 de beneficio por cada dólar gastado.
Considere lograr el acceso universal a la anticoncepción y a la planificación familiar. Eso significará menos huérfanos y menos madres que mueren en el parto. También generará un dividendo demográfico, con más personas en edad productiva. En total, cada dólar gastado significará US$120 en beneficios a la sociedad. De la misma manera que terminar con la tuberculosis hacia el 2030 (salvando casi 1,5 millones de vidas al año, con cada dólar aportando US$43 en beneficios) y completar el acuerdo de libre comercio de Doha (elevando los ingresos y reduciendo la pobreza, especialmente en los países en desarrollo).
El análisis de todos los beneficios y costos muestra que enfocarse en los 19 principales objetivos identificados por el Copenhagen Consensus Center lograría cuatro veces más beneficio que si esparcimos todo el gasto para el desarrollo en 169 objetivos.
Es decir, priorizar tendría el mismo efecto que cuadruplicar la totalidad del presupuesto.
Incluso en el espacio de las Naciones Unidas, me parece que los líderes mundiales, embajadores y quienes trabajan en el desarrollo, coinciden en que los objetivos deberían haber sido severamente podados. Simplemente todos quieren sus objetivos.
Pero, en lugar de hacer de esto un juego para ver quién logra incluir la mayor parte de sus objetivos en la declaración final, debería consistir en lograr incluir los objetivos más eficaces.
Entonces, ¿qué pasa a continuación? Cada líder –tanto de los donantes como los países en desarrollo– sabe que, cuando vuelvan a casa, sus países no serán capaces desarrollar, supervisar o evaluar 169 objetivos diferentes, por lo que, inevitablemente, tendrán que elegir un número menor en los cuales centrarse.
Deberíamos empezar por enfocarnos en los 19 objetivos más eficaces. Esto haría que cada dólar se viera amplificado cuatro veces. Y eso significaría que, en 15 años, los líderes mundiales habrán cuadruplicado su beneficio. Ese es un legado que vale la pena.