Juan Carlos Tafur
Exitosa, 13 de noviembre, 2015
La impericia política de Ollanta Humala ha contaminado reductos gubernativos hasta hace poco invencibles. La tecnocracia económico-liberal (por darle una etiqueta algo pretenciosa) ha sido el eje inamovible de los sucesivos gobiernos desde la década de los 90. A partir del shock de Hurtado Miller no ha perdido una sola batalla o han sido muy pocas y secundarias.
Ni con Paniagua, Toledo, García o los primeros tramos de Humala, los cuadros técnicos asociados a la actividad económica y productiva sufrían tantos reveses como los que hemos visto en los últimos tiempos.
La “ley pulpín”, el aporte a las AFP para los trabajadores de cuarta categoría, el lote 192, el alza del impuesto predial y ahora último las tasas de mortandad aplicables a pensionistas del sistema privado y otras diversas normas aprobadas en el Congreso (más allá de que algunas de estas iniciativas enhorabuena que no hayan prosperado), nos muestran a una tecnocracia derrotada sucesivamente, sin capacidad de respuesta política o de una mínima anticipación.
Es el costo de un gobierno que hace rato tiró la esponja de las reformas en estos ámbitos (parece tener interés solo en educación, salud y políticas sociales) y que no ha contado en el MEF o en la PCM –tradicionalmente los que lideraban tales sectores- con operadores políticos capaces de imponerse.
No hace falta ahora que la ciudadanía salga a las calles masivamente a protestar o se urda una estrategia de desestabilización en el Congreso para acobardar al gobierno. Bastan una portada, un leve impacto en redes o alguna iniciativa de un congresista inaparente para que se retroceda o se paralice una iniciativa.
No es que el país haya dado un brinco ideológico hacia el populismo la izquierda. Estamos, simplemente, ante el resultado de un gobierno muy mediocre y políticamente incapaz.